Del Podemos decrépito al sofá de La Moncloa: viaje en doce meses
Iglesias abrió 2019 tiritando y arranca 2020 como vicepresidente pese a haber cosechado menos votos que nunca
El día siguiente al quinto cumpleaños de su partido (17 de enero de 2019), Pablo Iglesias estaba en su casa de permiso de paternidad cuando sonó el teléfono. Al otro lado, Íñigo Errejón con explicaciones parcas: «He cerrado con Carmena una candidatura fuera de Podemos». El desastre se hizo público cinco minutos después. Iglesias tuvo que salir de su letargo para intentar controlar la fuga. Horas después del golpe emitió una carta auditiva a sus inscritos. Aquel «Íñigo no es Carmena» , melancólico y a contragolpe. El jaque de Errejón suponía un duro golpe a cuatro meses de unas elecciones autonómicas y municipales en toda España. A las que semanas después se añadirían las elecciones generales. Los díscolos ya vislumbraban el final. La sensación era de descomposición. Pero el próximo viernes, 365 días después, en Podemos soplarán las velas de su sexto aniversario tras estrenarse en el Consejo de Ministros. Dos escenas que serán el alfa y omega de un año determinante para Pablo Iglesias y para la supervivencia de Podemos.
El partido arrancó 2019 descompuesto (hoy todavía mantienen cinco gestoras a cargo de regiones por crisis internas), con problemas severos de implantación territorial y todavía en shock posttraumático por el escándalo de la compra del chalet de Galapagar. Éste último asunto se convirtió en un punto de inflexión que obligó a Iglesias a aceptar que era el momento de repensar su estrategia. Sumando la ofensiva de Errejón, el partido pasaba por uno de sus peores momentos. Iglesias entendió que acelerar la entrada en el Gobierno era el balón de oxígeno que garantizaría la supervivencia de la cúpula morada y apagaría las voces críticas hasta el próximo Vistalegre III, previsiblemente en 2021. Donde se podría sustanciar la sucesión natural en favor de Irene Montero. «¿Qué mejor carta de presentación para el congreso que ser ministra?», defienden en su entorno, preguntados sobre si temen su desgaste al frente de Igualdad.
La tesis política de la coalición la asume Iglesias en 2016. Pero en la precampaña del 28-A la subraya con fuerza: «La gente vota pluralidad y eso es coalición», advierte Iglesias al PSOE. Blindar su plan para Podemos dentro del Gobierno no es la única aspiración por la que llegó al acuerdo, pero sí una de mucho peso. Se trata de un salvavidas que le mantiene a flote a pesar de la pérdida de representación. Incluso con el sector crítico andaluz insistiendo en que su entrada es subyugarse a los socialistas. Porque el apoyo popular no deja de bajar. De aquellos vigorosos 71 diputados (21,1 por ciento de voto) a 42 (14,3) en abril y 35 (12,8) el 10-N.
Números que paradójicamente han convertido a Iglesias en vicepresidente segundo del Gobierno y a cuatro de sus dirigentes en ministros de Igualdad, Consumo, Trabajo y Universidades. No obstante, el precio a pagar ha sido renunciar a muchas de sus propuestas más ambiciosas y a más influencia dentro del Ejecutivo. Iglesias ha llegado al Gobierno aprovechando la debilidad de Sánchez tras las elecciones de noviembre. Pero su menor capacidad de presión al PSOE es palpable una vez constatado el peso de su partido en el nuevo Ejecutivo. El esquema de la coalición no se parece en nada al que le pedía a Pedro Sánchez en 2016 , cuando supeditó su apoyo a tener la vicepresidencia primera y ministerios como el de Defensa, Justicia, Interior. Y el CNI. Iglesias aspiraba a forzar a Sánchez a un 50-50, pero ha tenido que resignarse a un papel muy menor. Pero ha priorizado la entrada en el Gobierno por encima de todo, para intentar darle una nueva oportunidad a un partido que caminaba desnortado. Anteayer ironizaba en Twitter con que existirán tres vicepresidencias además de la suya: «compañerismo, trabajo en equipo y buen humor». No es momento de esa versión de Iglesias que enseñaba los dientes al PSOE. Es un triunfo para quien hace un año estaba en plena crisis interna. Ahora el reto que tiene por delante el líder de Podemos como vicepresidente será gestionar sus contradicciones y evitar en minoría que los réditos que pueda aportar la coalición los capitalice Sánchez. Con el acuerdo de Gobierno firmado por Sánchez e Iglesias quedaron enterrados los golpes del pasado. Tesis que Iglesias mantiene hoy. Aunque estos días ya ha habido episodios de distorsión entre ambos.
Cabalgar contradicciones
De «el cielo se toma por asalto» a «se toma por consenso». De el PSOE tiene «las manos manchadas de cal viva» al abrazo con Sánchez. Aunque Iglesias sea fiel a su olfato, los giros no siempre fueron vehementes. Su metamorfosis táctica tiene como objeto garantizar el futuro de su partido. ¿Hace cuanto que en Podemos nadie habla de casta? ¿Por qué ya no mencionan el «candado» del 78? Iglesias entendió que la muda de piel de Podemos también obligaba a corregir parte de su universo semántico.
En una entrevista la pasada semana, el futuro vicepresidente defiende que en política hay que trabajar con las «correlaciones de fuerzas existentes», algo de lo que recelaba hace años. Preguntado por las incongruencias, Iglesias se expresa así: «Había un ambiente de impugnación de todo, de la clase política, que nosotros definimos muy bien como casta; que nos hacía pensar: hagamos una Constitución mejor (…) Quizá ahí no había la suficiente lucidez en nuestro análisis». Y reconocía que han llegado a la conclusión «de que hay muchos elementos de la Constitución (...) que pueden ser un cinturón de seguridad y casi un programa de gobierno para un gobierno de izquierdas». El partido que alumbró en el 15-M para ser la alternativa al PSOE, que soñó con el «sorpasso», seis años después ha moldeado su proyecto para aceptar la posición subalterna y trabajar en la letra de la Constitución. A cambio, alcanzan un hito en la historia de la democracia: que un partido a la izquierda del PSOE entre en La Moncloa.
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