Manuel Marín

Pedro Sánchez, rodeado

Manuel Marín

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El probable aplazamiento sine die del congreso federal del PSOE complica este inédito periodo de incertidumbre política en el que las negociaciones entre Pedro Sánchez, Pablo Iglesias, Mariano Rajoy y Albert Rivera se parecen más a un cortejo de gestos para cubrir el expediente que a una voluntad real de cerrar pactos de gobierno. A priori, el caótico ritmo de las conversaciones cruzadas, sin pulso ni convicción, solo auguran una repetición de las elecciones.

Todo se complica para los candidatos. A Rajoy le surgen voces críticas por la pérdida de identidad del PP. A Iglesias, Errejón le ha salido contestatario. Y Rivera tendrá difícil dejar de ser el cuarto en liza, por lo que la penalización de la Ley D´Hondt difícilmente recaería en otro partido si se repitiesen elecciones. Pero el panorama se le complica excepcionalmente a Pedro Sánchez porque al chantaje emocional planteado por Podemos durante este fallido proceso de investidura, se suma ahora la decidida voluntad de Susana Díaz por disputarle el liderazgo del partido. La presidenta andaluza parece haber perdido el miedo al abismo y dará el salto cuando más le convenga.

Entiende Díaz que la prolongación en el tiempo de la pugna por el liderazgo del partido le favorece. Primero, porque permitiendo a Sánchez continuar como secretario general más allá de mayo, y hasta que se forme gobierno –habrá que ver hasta qué punto Díaz comparte esta cuña de Ferraz-, la presidenta andaluza ofrecerá una imagen de líder paciente y constructiva, y no la de una ambiciosa sin límites. Ella se libera del desgaste innecesario que Podemos pretende causar al PSOE y además gana tiempo porque no necesita darse a conocer.

Segundo, es evidente que la agenda de Díaz no pasa por boicotear ninguna iniciativa de Sánchez, salvo que in extremis consiga cerrar un acuerdo de gobierno con Podemos y varios partidos independentistas. En ese hipotético caso, Díaz movería cielo y tierra con otros dirigentes territoriales del PSOE para vetarlo... y de paso asegurarse el fracaso definitivo de su rival en la pugna por el liderazgo del PSOE. Se trata de dar soga a Sánchez para que se ahorque él solo, en la seguridad de que la militancia socialista, o en su defecto el Comité Federal, no permitirá ningún acuerdo con Iglesias que exija cesiones a los independentistas y desnaturalice el proyecto socialista.

Para el PSOE, aplazar el congreso es tanto como aplazar su crisis de liderazgo, estructura y refundación ideológica. Sánchez tiene el candado y Díaz la llave. Uno y otra deberían ser complementarios, pero son incompatibles. Si Ferraz pretende suspender su congreso hasta que haya gobierno es porque Sánchez tiene una fe inusitada en un acuerdo con Podemos, o bien porque quiere garantizarse ser el candidato en el caso de que haya nuevos comicios. En cualquier caso, Sánchez orienta cada paso a anular a Díaz. Pero si hay cita con las urnas, la duda estriba en saber si Díaz se postularía en las primarias como candidata a presidir el gobierno, aun sin ser secretaria general, o si esperaría a que Sánchez fracase de nuevo para ser primero elegida líder del partido y dar por hecho que Rajoy gobernará otra legislatura. Tacticismo de altura y cuchilladas de bajura. A la presión externa, Sánchez añade la amenaza de Díaz. Difícil.

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