Claudio Cerdán

Palos y antorchas

«Los monstruos conviven en la cotidianidad de cada día, de forma normal, hasta que muestran una cara oculta»

Ana Julia Quezada, ayer durante el juicio por la muerte del niño Gabriel Cruz EP

Claudio Cerdán

En las viejas películas de la Hammer los aldeanos se alzaban contra el monstruo con palos y antorchas. En sus ojos se reflejaba el miedo y la necesidad de venganza para sofocar un horror que escapaba a su comprensión. Era la forma de volver al orden y recuperar la cordura.

Ayer la Audiencia Provincial parecía un polvorín. Los palos y las antorchas dieron paso a cámaras y flases y el monstruo ahora es la asesina de un niño. Ana Julia apenas se echó las manos a la cara cuando se vio rodeada de fotógrafos. Ni siquiera se movió cuando leyeron los escritos. Sus abogados, a su lado, gesticulaban más que ella.

La fiscal inició entonces su exposición del caso con una sorprendente afirmación: «El móvil no tiene trascendencia a efectos judiciales». Obviaba así una de las mayores incógnitas del caso dejando claro que importan más los hechos juzgables que las motivaciones. No es trabajo del jurado saber por qué lo hizo, sino sentenciar en base a unos hechos. Tarea complicada.

Es humano buscar respuestas. Hemos asumido que el mal existe, pero cuando nos toca de cerca tenemos la necesidad de darle una explicación racional. Es la eterna lucha entre el cerebro y el corazón. Ana Julia actuó de forma analítica y calculada, pero para el resto fueron días de emociones a flor de piel.

La acusación particular pareció entender la diferencia y ahondó en ella. «No cabe hacerle tanto mal a un niño», dijo. Cambió incluso el tono a medida que hablaba, apasionado y con frases muy gráficas: lesiones en vida, intento de descuartizamiento, falta de escrúpulos brutal. Incluso sus ejemplos encajaban como un guante con el caso. La fiscal fue pedagógica, pero el abogado de los padres ganó en asertividad.

A esas alturas no era fácil saber por dónde podía salir la defensa y lo primero que hizo fue lavarse las manos a lo Poncio Pilatos recordando que estaba allí por el turno de oficio. Siguiendo con la comparación bíblica, lo repitió hasta tres veces, por si alguien no lo había escuchado en la ruidosa sala. Rebajó el tono alegando que su trabajo sería «poner cordura» con dos frases no muy afortunadas: admirando la contención de los padres y asegurando cuánto lamenta la acusada los hechos.

A partir de ahí dejó claro que su estrategia sería pescar en río revuelto al señalar contradicciones entre Fiscalía y acusación particular sobre informes médicos. Lo redujo todo a la interpretación de la ley, no a los hechos. Llegó incluso a asegurar que la versión de la abuela de Gabriel coincidía con la de Ana Julia. «El ser humano es así y no suele proclamarlo», continuó en referencia al despropósito de los días posteriores a la desaparición. Por último, le recordó al jurado la gran responsabilidad que tiene, añadiendo más presión a una olla que ya de por sí está a punto de estallar.

No dio tiempo para más. La magistrada ordenó aplazar la declaración de la acusada al día siguiente y la sala se fue vaciando. Solo en ese momento, cuando ya no quedaba casi nadie entre el público, Ana Julia se giró y miró hacia atrás. Es probable que sea más fácil aguantarle la mirada a un juez que a los familiares de tu víctima.

Las respuestas llegarán en próximas jornadas. Sabemos que los monstruos siguen entre nosotros. Conviven de forma normal en la cotidianidad de cada día hasta que muestran una cara que permanecía oculta y es entonces cuando necesitamos sacar los palos y las antorchas. Eso, quizá, también sea una reacción muy humana.

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