OPINION
De la paciencia a la independencia
Lo sabíamos, pero no le dimos importancia. Aún recuerdo aquel 11 de septiembre de 1977 en el Paseo de Gracia de Barcelona. Lema: «Libertad, Amnistía, Estatuto de Autonomía». El detalle que no pasó desapercibido: un grupo de manifestantes gritaba «hoy paciencia, mañana independencia» . Cuarenta años después, siguen en ello. Lo estaban planificando y lo siguen planificando. Un Jano bifronte: por delante, catalanismo; por detrás, independentismo. El catalanismo que colabora con el Estado y el independentismo que quiere un Estado propio. Por aquel entonces, el catalanismo impulsó el Estatuto de Autonomía de 1979 que hablaba de las «instituciones de autogobierno» y del «derecho a la autonomía que la Constitución reconoce y garantiza a las nacionalidades y regiones que integran España». Por eso, Cataluña «manifiesta su voluntad de constituirse en comunidad autónoma». Artículo 1: «Cataluña, como nacionalidad y para acceder a su autogobierno, se constituye en Comunidad Autónoma de acuerdo con la Constitución y con el presente Estatuto, que es su norma institucional básica». Pero, el Jano bifronte –paciente- miraba para ambos lados.
Ya en el verano de 1965, el catalanismo ultima el documento Construir Catalunya que habla de la colonización de Cataluña y diseña un programa de nacionalización –catalana- en la economía, la educación, la lengua, la cultura, la comunicación y la inmigración. Así se construye –como se dice ahora- un marco mental que va cuajando. El documento –paciencia- se guarda en la caja fuerte.
La paciencia –pero, menos- sigue con el Estatuto de Autonomía de 2006 –de vocación nacionalizadora- que será convenientemente matizado por el Tribunal Constitucional para adecuarlo a la legalidad constitucional. La careta cae y el catalanismo -con escasas excepciones- deviene un activista colectivo que se victimiza: que si se rompe el pacto político firmado entre Cataluña y España, que si el Tribunal Constitucional está falto de legitimidad, que si no se puede corregir la voluntad emanada del Parlament, que si el fallo del Alto Tribunal es la prueba del choque de legitimidades entre Cataluña y España. Todo eso y más: «Cataluña, el siguiente Estado de Europa». Se acabó la paciencia.
Manifestación del 10 de julio de 2010. Lema: «Somos una nación. Nosotros decidimos». El Paseo de Gracia, otra vez. Una masa con pancartas y banderas se manifiesta contra la sentencia del Tribunal Constitucional. Y por la independencia de Cataluña. Y –afirman- por la dignidad de Cataluña y los catalanes. Adiós a la paciencia. Adiós a España. Son lo que siempre han sido: independentistas. Y oportunistas.
La Diada de 2012 da el pistoletazo de salida de un «proceso» que todavía continúa. Ya saben: la Cataluña soberana, el derecho a decidir, la verdadera democracia, el mandato democrático, el referéndum de autodeterminación, la España demofóbica y urnofóbica que no deja votar y la República Catalana que construirá una Cataluña libre, democrática, íntegr a, igualitaria, virtuosa, transparente, limpia, esplendorosa y feliz. En eso estamos.
Un independentismo autoritario con una práctica no democrática -¿golpe parlamentario? ¿golpe a la democracia?- que anula al catalanismo democrático, que incumple sistemáticamente las resoluciones de los Altos Tribunales, que hace oídos sordos al Consejo de Garantías Estatutarias y a los Letrados del Parlamento de Cataluña, que viola el Estatuto de Autonomía de Cataluña , que quebranta el derecho internacional. Un secesionismo catalán que se sitúa –no es una broma- entre Burundi y Venezuela. Todo ello hasta que llegue el gran momento de la gran ruptura. Todo, aseguran –veta peronista-, en nombre y defensa de la democracia y el pueblo. Todo –esa comunión espiritual y unidad de destino en lo nacional- por Cataluña.
La Diada de 2017 es, en palabras de la Asamblea Nacional Catalana (ANC), la «Diada del Sí» al referéndum unilateral e ilegal de autodeterminación . La Diada –prosiguen esos funcionarios del «proceso» que integran la ANC y velan, presionan y fiscalizan la buena marcha hacia la independencia por orden de la superioridad nacionalista con mando en plaza- o el «tsunami de ilusión» que conducirá «desde el compromiso con la democracia a la mayoría por la independencia» d e un «nuevo Estado en forma de república». Pero –más allá de la retórica populista-, la Diada de 2017, convertida en la Diada del Independentismo que excluye a más de la mitad de los ciudadanos de Cataluña, es una provocación y un desafío al Estado de derecho protagonizado por la fuerza de choque secesionista.
Sigue la deslealtad, el sectarismo, la ficción y la irresponsabilidad de un independentismo autocrático que –adiós definitivo a la paciencia- se muestra tal como es. Lo sabemos desde hace cuarenta años. Sí, fuimos unos ingenuos. Incluso, unos tontos útiles. Algo hemos aprendido. Y estamos perdiendo la paciencia.
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