Salvador Sostres

Los odios de la CUP

«Se reclaman herederos de unas injusticias que no vivieron, de un submundo que no conocieron»

Antonio Baños, en una intervención en la Asamblea de la CUP EFE

SALVADOR SOSTRES

Cualquier pronóstico sobre lo que hoy la CUP va a decidir –si es que finalmente decide algo– es imposible, porque imposible resulta analizar de manera inteligente una situación que fundamentalmente no lo es.

Entre el caos que la CUP es y significa podemos establecer que tiene dos almas. La del odio a España y la de la demolición burguesa. El sector independentista tiene su origen, de un lado, en los históricos de Terra Lliure; y del otro en la PUA (Plataforma per la Unitat d’Acció), el primer experimento de Batasuna en Cataluña, a mediados de los años 90. De ahí proviene David Fernández y por eso, aunque no tiene el carné de conducir, le llaman metafóricamente el chófer de ETA, porque era quien acompañaba a Otegi en sus visitas a Cataluña, y quien le organizaba la agenda. Estos chicos abrazan todas las causas equivocadas, como por ejemplo la palestina.

El sector del resentimiento social entronca con la Cataluña de la FAI y el POUM, con la Rosa de Foc y la Semana Trágica. Se reclaman herederos de unas injusticias que no vivieron, de un submundo que no conocieron, y pese a parasitar un sistema que todo se lo da, y todo se lo permite, insisten en el presunto agravio de un pasado remoto por su incapacidad de hacer de sus propias vidas algo provechoso e interesante, dada su absoluta falta de imaginación, de talento y de alegría. Anna Gabriel agita el espantajo de su abuela, que al parecer trabajaba en una fábrica textil y su patrón abusó de ella. Y de ahí su rabia contra Mas y contra la burguesía. Esa rabia innegociable y corrosiva de quien ha hecho del odio –del odio impostado– el siniestro motor de su vida.

Mas ha podido presionar con bastante eficacia al sector independentista, por la vía de suplicarle a Bildu, a través de cargos del entorno de Esquerra, que algunos de sus líderes se pronunciaran en favor del acuerdo, tal como Batasuna apoyó a Ibarretxe en su también fallido referendo. Los líderes se pronunciaron, y una CUP que parecía poco o nada dispuesta a ayudar a Mas, está actualmente dividida por la mitad gracias al apoyo que el president obtuvo de los dirigentes abertzales. Tal como Pujol daba lecciones de ética teniendo cuentas opacas en el extranjero, Mas da lecciones de democracia y de pacifismo mientras por detrás, y sin dejar rastro, se alía con Bildu. Convergència y el cinismo son una unidad de destino.

Los resentidos permanecen en su furia, y es difícil aventurar qué decisión va a tomar el partido en su conjunto, y si la va a poder tomar sin romperse. Lo que sí es evidente es el ridículo que Cataluña está haciendo, y el absurdo al que invariablemente conduce reivindicar la diferencia sin dotarla de contenido.

«Es el sueño de mi vida», –me dijo mi abuela empresaria poco antes de morir– «estar gobernada por comunistas y terroristas».

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