David Gistau
Nueva en la plaza
«Montoro dijo de hecho que no le gustó subir el IRPF como quien aprieta resortes en un potro de tortura»
La tensión bajísima de la sesión de ayer sugiere que la temporada parlamentaria casi terminó con la moción de censura. La que, por cierto, Baldoví trató de prolongar con una crítica general al PP coronada por una petición de dimisión al presidente: «No me ha convencido usted», respondió Rajoy.
Alicientes había pocos. El principal tal vez fuera asistir al estreno en la portavocía socialista de Margarita Robles. Este cronista aún la recuerda, el día que el PSOE se abstuvo en la investidura de Rajoy y ella permaneció aferrada al no, observando a sus compañeros de bancada con una expresión feroz y decepcionada, francamente recriminatoria. Que esa misma diputada tan enojada, apenas unos meses después, se haya convertido en la jefa de filas revela cuán imprevisible se volvió todo en las internas del PSOE y hasta qué punto Sánchez, por blindarse de los conspiradores, no parece dispuesto en adelante sino a crearse un entorno compuesto por leales acreditados como tales. Leales que aceptaron caer con él, en lugar de ponerse a salvo como Hernando, cuando parecía que no habría margen de resurrección después del golpe interno. De ahí surgirá un nuevo oficialismo implacable con el anterior.
Margarita Robles es expresiva. Sabe hablar sin hablar, como aquel día de la investidura. Ayer, después de lanzar a Rajoy su pregunta acerca de la ley de amnistía fiscal desacreditada por el TC, puso una cara muy graciosa y malvada, como diciendo: «Hala, ahí queda eso, devuelve la pelota si es que puedes». Luego tuvo reflejos porque Rajoy dijo que él no discute sentencias y la nueva portavoz reaccionó diciéndole que Montoro sí, puesto que de ésta dijo que era una «perorata política». Agregó que es difícil encontrar legitimidad moral para exigir ahora a los ciudadanos un gran esfuerzo fiscal. Rajoy defendió la ley de amnistía con el mismo argumento que luego Montoro hizo recurrente durante la batería de preguntas en la que diversos diputados le exigieron la dimisión: era una situación de emergencia nacional en la que había que hacer, por imperativo patriótico, cosas desagradables e incluso contradictorias con el ideario fiscal del PP. O sea, que el PP indulta a evasores y exprime sin compasión a las clases trabajadoras, ciscándose por añadidura en las falsas coartadas liberales con las que esconde su intervencionismo de socialdemocracia conservadora, pero todo lo hace con disgusto, como doliéndole más a él. Nos quedamos más tranquilos.
Montoro dijo de hecho que no le gustó subir el IRPF como quien aprieta resortes en un potro de tortura. Hombre, uno tiende a pensar que con esas cosas sí que disfruta un poquito, que no todo son penalidades patrióticas. El ministro de Hacienda soportó el embate de varios miembros de la oposición con una soledad que era literal: se quedó sin acompañantes en su parte de la bancada azul. De todos los que lo presionaron, Girauta fue el que mejor y más fríamente –sin exaltaciones demagógicas– describió la contradicción ética de premiar al defraudador mientras se castiga al trabajador cumplidor. Lo exigiría la patria pero es verdad que, como paradigma fiscal, es un asco. Y no lo dice la oposición, lo dice el mismo Constitucional que es empleado como dique contra el independentismo.
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