Testimonios de los menas

«No me gusta ver a jóvenes sin techo y cometiendo delitos»

Varios jóvenes tutelados por la Generalitat de Cataluña hablan para ABC

Akram y Outmane, dos jóvenes tutelados por la Generalitat, sueñan con dedicarse a la informática y trabajar en un supermercado PEP DALMAU

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Akram Boulekhrif no llegó a España desde Marruecos en patera ni tampoco camuflado en los bajos de un camión. Vino en avión y no viajó solo. Sus padres lo acompañaron y lo dejaron en Barcelona para que tuviera una mejor atención sanitaria, ya que padece una enfermedad que le ha paralizado la mitad de su cuerpo, y para poder encontrar mejores oportunidades laborales. Su caso no es habitual y es consciente de que entre los menores tutelados por la Generalitat es «una rara avis».

Llegó con 17 años desde Hossaima, localidad en la que siguen residiendo sus dos padres y sus tres hermanos, con los que mantiene contacto telefónico constante. «Vine para tener un futuro que no tenía allí», dice este exmena que pretende dedicarse a la informática. Reconoce que no lo tendrá fácil, aunque lo tiene ligeramente mejor que otros compañeros que, al cumplir la mayoría de edad, se ven abocados a la calle sin posibilidad de acceder a un contrato estable. Por su condición de migrante y su enfermedad, Akram puede beneficiarse de dos vías de apoyo social, la del centro de acogida y la de los servicios sociales que contemplan prestaciones para personas con discapacidad.

Es precisamente esta doble condición la que ha hecho que desde el centro de acogida Coda 1 , ubicado en una de las callejuelas del barrio del Pueblo Seco, de Barcelona soliciten una prórroga en su estancia en espera de que le sea concedida una plaza en un piso tutelado, en el que convivirá con otros jóvenes con discapadidad.

El caso de Outmane El Filali , de 17 años, otro menor marroquí que llegó al sur de España en patera en 2017 cuando tenía solo 15 años y luego se trasladó a Barcelona es diferente. Los motivos que le llevaron a dejar a sus nueve hermanos (tres migraron también a España) y a jugarse la vida en una patera en el mar son parecidos a los de su compañero. Ambos son conscientes, sin embago, de que sus oportunidades de tener una vida mejor aquí son limitadas.

«No me arrepiento»

«No me arrepiento de nada», dice el menor en declaraciones a ABC. Admite, no obstante, que su trayectoria no es la misma que la de otros jóvenes como él que han acabado en la calle. «Para estar en la calle me quedo en mi país», dice Outmane. Es consciente, sin embargo, de que muchos no tienen otra opción. «No me gusta ver a jóvenes como yo que han dejado su país en busca de un futuro y acaban malviviendo sin techo y cometiendo delitos», apunta Outmane, que siempre ha querido mantenerse al margen de lo que denomina los «menas malos» . Preguntado sobre si traería aquí a sus hermanos pequeños responde: «No. Quiero protegerles de ellos». Outmane sueña con trabajar en un supermercado y exprime las oportunidades que le brinda su centro de acogida para formarse. De momento, ya ha realizado prácticas en una conocida cadena, arropado por el sistema de tutela. Es la cara amable de una cruda realidad.

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