Manuel Marín

Ya no hay ataúdes blancos. ¿Todos felices?

Manuel Marín

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ETA ya no mata, pero la secuela de odio inoculado durante décadas en la sociedad vasca, y manipulada con rencor expansionista en Navarra, sigue intacta. Los adalides del revisionismo histórico y la memoria selectiva siguen teniendo la asignatura suspendida y nulo interés en aprobarla. El famoso «relato», esa adormecedera sociológica prefabricada desde una falsa superioridad moral para evitar que haya «vencedores» y «vencidos», sigue siendo incompleto e injusto. Es revelador el reciente ejemplo del referéndum que ha dado al traste en Colombia con un plan de paz acrílico, en el que la memoria colectiva era reseteada con la frialdad de quien reprograma un ordenador. La justicia social, como concepto, quedaba arrumbada y era sustituida por una sofronización masiva con técnicas de hipnosis colectiva. Todo un fracaso para los impulsores del olvido como instrumento de pacificación.

En Alsasua es evidente que nadie olvida. La grieta emocional causada por ETA con la perpetuación de un odio irracional es aún real, y se mantiene vigente para alimentar las falacias de ese «relato» manoseado en el que el «vencido» incurre en un chantaje moral inasumible para parecer «vencedor». O, peor aún, víctima de una represión. Normalización, convivencia, pacificación… Es toda una retahíla de eufemismos sin contenido que, repetidos de forma sistemática, permite a los herederos de ETA con representación en las instituciones justificar palizas inconcebibles. La manada irascible como cobijo de la cobardía individual… y golpear al invasor hasta que huya por miedo y marginación. Y, si es posible, avergonzado de sentirse guardia civil, español, o de tener vocación de servicio a los demás, incluso cuando «los demás» son familiares de etarras atrapados en un autobús a los que hay que rescatar.

Alsasua ha encarnado la faceta más irracional del odio humano con la sintomatología de un fascismo en ciernes y de un matonismo envilecido. Esa «normalización» anímica, solo existente en el ideario colectivo de quienes creen que «pasar página» consiste en un sometimiento humillado a Sortu o Bildu, ha tenido como consecuencia un intento de linchamiento alevoso en una calle de España. Hoy, consumir una cerveza en libertad aún está vedado a determinados españoles si asumen el riesgo de ser reconocidos, porque aún hay quien asocia esa libertad a un estigma que actúa como la excusa perfecta para poder acorralar y moler a patadas a personas indefensas. Y los agredidos tendrán la culpa porque su mera existencia es una provocación. Surgirán también voces tranquilizadoras apelando al sosiego para evitar dramatismos sobreactuados… la monserga de los tibios. Argumentos justificativos del odio en cualquier caso. Bien, ya no hay ataúdes blancos. ¿Todos felices?

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