David Gistau
La nave va
Madrid tuvo un aspecto de novelón de terror victoriano durante los últimos días. Al caminar por el parque del Retiro brumoso, apetente de sonido de calesa, parecía uno a punto de cruzarse con Jekyll. En la primera hora de ayer, más clara, todavía quedaba una brisa fría que mecía los faroles del patio del parlamento como si fueran los fanales de un barco: la nao del Pontevedrés Errante adentrándose entre sargazos en una legislatura chicha, adormecida por el «catenaccio» de un gobierno carente de los escaños necesarios para la acción , sin la energía que la nueva política querría desviar al impulso constituyente. No hay vientos para eso.
Hasta las sesiones de control han perdido prematuramente su dinamismo. Fluyen mecánicas como una rutina de oficina. Las tribunas permanecen casi vacías. Hasta en la barra del Manolo termino acodado solo para un café que en las semanas de las investiduras era multitudinario. No extraña que los miembros de Podemos, casi diluidos, inventen gestos con los que fomentar todavía su cliché de que son Gente y Distintos: el último, la asamblea apache del salón de los Pasos Perdidos, donde faltaron el tipi y el rule del calumet. Han de hacerlo así porque en las preguntas se llevan unos rapapolvos tremendos por parte de los miembros del gabinete que ya han convertido la condescendencia pedagógica en el tono habitual para humillar a Podemos. Sobre todo cuando Podemos se pretende el único defensor de la misma Constitución que pretende abolir y para ello -como para todo- se arroga la patente de representación en exclusiva de La Gente. Errejón tenía entre sus papeles un ejemplar de «La maleta de Portbou» cuya portada planteaba la pregunta de por qué envejeció tan rápido la nueva política: Errejón se estaba autodiagnosticando como cuando rastreamos nuestros dolores en las páginas médicas de internet. Su lenguaje corporal con Iglesias, por cierto, ya casi es inexistente. Atornillados constantemente al tuiter, ambos recuerdan esas parejas tristes y fatigadas que en los restaurantes miran los móviles para no tener que reparar en que nada les queda por decirse.
Hernando pegó a Rajoy una pertinente tarascada a cuento de la ley Mordaza. El PSOE necesita hacer una mínima oposición en estos asuntos que no son económicos ni rompen por tanto la coalición oficiosa, y que en cambio aluden a valores de los que la socialdemocracia siempre intentó apropiarse para enfatizar antagonismos con «la derecha». Por más que Rajoy replicara que esta ley ha servido más contra el crimen ordinario de baja intensidad que contra las protestas políticas, siempre existirá la impresión de que fue una medida de control social en un momento en que el gobierno temía un estallido insurgente en la calle que luego encima no se produjo. Tampoco es que Hernando y Rajoy litigaran con pasión. Pero hace bien el PSOE en recordarse a sí mismo, cuando sea posible, que es un partido de oposición.