Manuel Marín
La mutación de Rivera
En cierto modo, Albert Rivera ha perdido su virginidad política. Los escarceos con PSOE y PP tras las elecciones autonómicas fueron solo probaturas en tubo de ensayo. Tras las generales, avanzó que no apoyaría la investidura de Rajoy o de Sánchez, y manejó los tiempos con confusión especulando siempre con una abstención de última hora a conveniencia de parte. Ahora, pese a todo, no se abstendrá. Legítimamente, votará «sí» a Pedro Sánchez. Y pese a que también dejó claro que nunca formaría parte de un gobierno que él no presidiese, ahora -palabras al viento- no lo descartaría si hubiese un resquicio que, de momento, ni el PP ni Podemos le van a abrir.
Hasta ahora, todo en Ciudadanos ha sido un alambique de retórica indeterminada. Un proyecto político con puertas y ventanas siempre abiertas para disponer de excusas o de algún punto de fuga secreto por el que escapar sin que nadie le pudiese afear sus contradicciones o su indefinición. Ahora Rivera ha mutado. Su pacto con Pedro Sánchez será previsiblemente estéril a efectos matemáticos. Pero ambos han decidido funcionar como mecanismos complementarios de autodefensa para sostenerse mutuamente en busca de una nueva oportunidad electoral con la que salir reforzados.
PSOE y Ciudadanos no van a arrastrar al PP. Y difícilmente podrán con Podemos porque los ataques de cuernos se guían por la irracionalidad. Rivera ha conseguido sacar de plano a Iglesias y, de un golpe, ha desenfocado su figura como vicepresidente de un «gobierno del miedo». Pero asume más riesgos que Sánchez, quien puede salir reforzado con un perfil de apariencia institucional, o como garante de una socialdemocracia pragmática alejada de las excentricidades del populismo radical.
A Rivera en cambio la apuesta puede penalizarle. La mayoría de sus tres millones y medio de votos proviene del PP y no es fácil que una parte de ese electorado vea con buenos ojos cómo está dispuesto a entregárselos al PSOE, aunque fracase en el intento. Es una declaración de intenciones que entraña su peligro. Quienes anhelan en el PP una coalición con Ciudadanos el 26-J para sumar 170 escaños han recibido un portazo, y Rivera se condena, salvo extrañas carambolas hoy inimaginables, a ser de nuevo la cuarta fuerza. De facto, Rivera vincula su destino al del PSOE haciendo girar a la «nueva derecha» hacia un «socialismo mutante». Arriesgado.