La muerte se conserva a 4 grados: crónica del viaje de un cadáver

Más de dos mil cuerpos sin vida pasaron por el Anatómico Forense en 2014, entre sospechas de criminalidad, señales de violencia o sin certificado de defunción

Esqueleto en el Instituto Anatómico de Madrid MAYA BALANYA

ISABEL MIRANDA

En su primera noche como muerto, el cadáver 1742 durmió a 4 grados en una cama frigorífica . A su alrededor, otras 49 neveras con cinco recién llegados esperaban a que amaneciese en el Anatómico Forense de Madrid. Les acompañan los cuerpos de quienes recelan de revelar de primeras sus secretos. Y los otros. Los congelados a -18 grados no en busca la vida eterna, sino de una muerte perdurable: una muerte pausada pendiente de una respuesta judicial.

Con estas palabras comienza la crónica de un muerto ficticio, pero quizá real. Anónimo, pero quizá con nombre. De cualquier ciudad, pero quizá madrileño. Es la crónica de un muerto que podría ser cualquier vivo . Porque el proceso es muy similar para todos los fenecimientos sospechosos de criminalidad —aunque sean muertes naturales—, violentos —aunque sean accidentes— o sin certificar. Según las estadísticas anuales, en 2014 llegaron al Instituto de Madrid 2.079 casos, de los que 1.283 fueron catalogados como muertes naturales y solo 651 como muertes violentas.

En una noche normal de muerte en la capital, la sala frigorífica guarda seis cuerpos recientes. Cuatro muertes naturales y otras dos por causa violenta entre accidentes, homicidios y suicidios. Los cuerpos esperan la llegada de los médicos forenses que el día anterior, durante su guardia, acudieron al levantamiento del cadáver. Los mismos que estudiaron la última escena de su vida y que tras 24 horas de trabajo al servicio de los juzgados de instrucción, se dirigen al Anatómico a las 9 de la mañana dispuestos a terminar lo que empezaron.

Todos los cuerpos se someten a pruebas de VIH por protocolo

El cadáver 1742 es conducido a una de las 7 mesas de la sala de autopsias . Primero se examina su ropa, sus pertenencias. Le desvisten, le toman medidas, le hacen un examen externo. A partir de ese momento, toman fotos de su cuerpo: capa por capa. Cada autopsia sigue un cauce marcado por las circunstancias que lo rodean, pero seguramente al cadáver 1742 le someterán a una descripción tanatológica y traumatológica. Le harán una prueba de VIH, obligatoria por protocolo. Solo después empieza la toma de muestras de manos, uñas, pelo, piel si tiene lesiones; y la apertura de cabeza, tórax y abdomen .

La autopsia es una herramienta para la toma de muestras y su análisis en laboratorio: si hay sustancias químicas, tóxicas, drogas o sospechas de envenenamiento; si hay heridas por arma de fuego, por arma blanca; si hay insectos o larvas en el cuerpo; si hay enfermedades o patologías. En el Anatómico hay un laboratorio para cada materia: de Toxicología y Bioquímica, de Anatomía Patológica, de Antropología y Entomología, de Fotografía, de Radiología. Todos llenos ventanales y de luz; algunos con tantas plantas que parecen más un vivero que un instituto anatómico; y cada uno con su olor particular: a etanol, a formol, a «hospital» e incluso a tabaco.

Nunca se descarta nada, pero el levantamiento del cadáver, los testigos o los indicios de la escena pueden servir de orientación para la investigación. Si el cadáver 1742 hubiese muerto rodeado de fármacos o de drogas, al laboratorio de Toxicología le llegarían muestras para detectar la presencia de sustancias. También le llegarían las pastillas, que en caso de haber alguna inusual compararía con su «botica de ejemplos», un muestrario «casero» para buscar parecidos de forma y color. Consultarían los informes de alerta temprana. Harían las pruebas de alcoholes en sangre.

La «botica de ejemplos» MAYA BALANYA

Pero si el cadáver 1742 presentara una anomalía relacionada con sus órganos vitales o tejidos, si se sospechara una muerte natural o una muerta violenta, las muestras se enviarían al laboratorio de Anatomía Patológica: muestras de uñas o de heridas, pero también cerebros, riñones, pulmones, fetos. Hasta cuellos al completo junto a la parte frontal del pecho se han visto de forma puntual en el laboratorio. Y muchos corazones, el órgano que más información aporta. Aguardan en su recipiente anegado en formol hasta que les llega la hora del análisis.

Entonces se deshidratan, se aclaran, se les pone la parafina (para cortar el tejido a micras: a ocho el cerebro, a tres otros tejidos), se colocan en el portaobjetos, se quita la parafina, se hidrata y se tinta. Se estudia al microscopio. Se averigua qué pasó antes de la muerte, después de la muerte y en el delicado límite entre ambos . Los médicos forenses sabrían si el cadáver 1742 murió de un infarto, de un derrame, por asfixia, o si las heridas del tórax fueron antes o después de dejar de respirar.

Muestras de diferentes tejidos MAYA BALANYA

Si el cadáver 1742 fuera normal, ese mismo día estaría listo para ser devuelto a sus familiares para la despedida. Pero si no lo fuera, por ser parte de un caso que requiriese una mayor investigación, tendría que esperar. Aún más si perteneciera a los «cuerpos con características especiales» , porque nada de lo anterior serviría: cuerpos putrefactos, esqueletos, cuerpos calcinados y los exhumados pasan directamente al departamento de Antropología, Entomología y Radiología.

En ese caso, al cadáver 1742 se le tomarían muestras de ADN. Limpiarían sus restos, que en 48 horas se quedarían literalmente en los huesos. Después serían colocados, medidos, examinados, reconstruidos. Y en caso de haber insectos en su interior, en vez del estudio de los muertos, se estudiaría el ciclo de los vivos. Los criarían hasta poder determinar cuándo y dónde acabó todo. O cuándo empezó todo. Esta es la crónica de un muerto que podría ser cualquier vivo.

Esqueleto listo para su estudio en el departamento de Antropología MAYA BALANYA
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