Luis Herrero - PINCHO DE TORTILLA Y CAÑA
El mono sabio
Por salir indemne de su trance como testigo, Rajoy puede acabar convertido en el cínico embustero que antepuso su pírrica supervivencia personal al reconocimiento de la verdad que se buscaba
El socorrido recurso al otoño caliente, tantas veces utilizado para inventariar a bulto los marrones que nos acechan a la vuelta de septiembre, hace tiempo que dejó de servir como broche prevacacional. La temperatura informativa de los otoños ya no es más caliente que la de los veranos que les anteceden. Cuando no se invisten presidentes del Gobierno en julio se previenen incendios de independencia en agosto. No hay tregua. A lo más que llegaremos este año es a tener 15 días de calma chicha.
Entretanto, Rajoy vive. Lo han dicho decenas de titulares durante los últimos días: salió vivo de la deposición gurteliana del miércoles. Y decir que salió vivo supone admitir que podía haber muerto allí mismo, no se sabe muy bien si por la pericia de sus interrogadores o por la torpeza de sus respuestas. Pero no hubo nada de eso. Ni pericia en los unos ni torpeza en él. Al menos, en el corto plazo. Otra cosa es que, pasado el tiempo, los recursos cortoplacistas que utilizó Rajoy para salir del paso vuelvan sobre él como boomerangs envenenados y pongan en evidencia algunas de las mentiras de su testimonio judicial. Decir, por ejemplo, que jamás había oído rumores sobre la financiación irregular en el PP es decir mucho. Es decir una barbaridad. No sólo por excesivo, también por temerario.
¿No había oído rumores de mangancias económicas en las cuentas opacas de su partido? ¿Ni siquiera un bisbiseo, un runrún, un susurro? Para creer que eso pueda ser cierto habría que imaginar a Rajoy en la triple encarnación de los monos sabios: ciego, sordo y mudo ante el mal. Oír rumores no significa estar pringado en nada sucio, sólo desmiente la condición de estúpido de quien vive rodeado de donativos empresariales interesados y sospechosos recursos financieros administrados por otros. El problema es que si hubiera contestado la verdad («¡claro que oí rumores, como todo el mundo!»), le habrían preguntado por qué no hizo nada para investigarlos a fondo. Ese camino argumental le habría conducido a terrenos resbaladizos. Sus asesores prefirieron que pasara por autista antes que por presunto encubridor. Pan para hoy, suponiendo que el autismo referido a un presidente del Gobierno pueda ser considerado una sustancia alimenticia, y hambre para mañana. Porque antes o después, de eso puede estar seguro, saldrá a la luz que sí le llegaron esos rumores y entonces se organizará la parda. No es que fuera autista, convendremos entonces, sólo era un mentiroso más. Mal negocio para un político que reclama la pulcritud como bandera.
Que haya salido airoso del trance judicial no significa que el trámite haya quedado resuelto. Uno de los debates más célebres de la secuencia electoral española, el que enfrentó a Solbes frente a Pizarro en la campaña de 2008, se saldó en el corto plazo con la victoria aparente del vicepresidente socialista, más diestro en la añagaza dialéctica, pero pasó a la historia como el baldón que acabó para siempre con su credibilidad política. Pizarro estaba en lo cierto: la crisis aguardaba a la vuelta de la esquina. Cuando los hechos le dieron la razón, su imagen creció mucho más de lo que menguó la de su adversario. Solbes nunca será recordado como el vencedor de aquel debate, sino como el marrullero cortoplacista que engañó a toda España con tal de ganar unas elecciones.
A Rajoy puede pasarle algo parecido: por salir indemne de su trance como testigo en un juicio por corrupción que ha puesto patas arriba las cuentas de su partido puede acabar convertido en el cínico embustero que antepuso su pírrica supervivencia personal al reconocimiento de la verdad que se buscaba en el juicio. Que disfrute de esa victoria de piernas tan cortas todo lo que le deje la próxima quincena. Pincho de tortilla y caña a que a partir de entonces le servirá de muy poco el éxito aparente de su escaramuza testifical. Si creía que ser valiente ante el juez podía costarle un disgusto que espere a ver lo que puede costarle no serlo ante el desafío catalán. Ir de mono sabio a esa aventura sí que sería el summum de la barbaridad.