Miguel Ángel Blanco: un espíritu que nos abrazó a todos
Concejal en Ermua por el Partido Popular asesinado por ETA

Fue su última pataleta, incapaces de asumir su derrota. Ahí estaban los cachorros de la jauría. Profanando la tumba. Ilusos. Hacía ya tiempo que los Blanco habían trasladado el cuerpo de Miguel Ángel al cementerio de La Merca , Galicia. En Ermua dejaron su espíritu. Acompasando conciencias, tejiendo pactos, hilando, al fin, un nudo grueso que ya nunca más volviera a deshilacharse. Fue la victoria nunca buscada del hijo de albañil. Del chaval normal que hoy hubiéramos confundido con un millennial. Universidad pública, veraneos en el pueblo de los padres emigrantes gallegos, potes con la cuadrilla, tardes con la chavala, guitarreos en la bajera y el lunes de vuelta al andén camino del curro. Todo normal salvo porque a Miguel Ángel le picó la política . Se afilió a Nuevas Generaciones del PP con la corajuda inconsciencia del idealista.
Y lo cazaron. La bestia lamiendo las últimas heridas de un secuestro con el que quisieron doblegar al Estado. 532 días tuvieron sepultado en un zulo al funcionario de prisiones José Antonio Ortega Lara hasta que el 9 de julio de 1997 la Guardia Civil devolvió a la vida a aquel hombre consumido en sus huesos, sombra de lo que se empeñaron en que fuera, moneda de extorsión. Otra vuelta de tuerca al cerrojo sangriento de la banda. La mancha de Ortega Lara tenía que ser borrada antes de que España exhibiera henchida su victoria.
El 10 de julio le tocó a Miguel Ángel. De la estación de Ermua a las sombras de Lasarte-Oria . Deprisa, no hay tiempo. Pidamos lo entonces imposible, lo que hoy, parece más que factible: acercar a sus presos a cambio de la vida de aquel concejal novato. El Gobierno de Aznar no claudicó ante el chantaje. A Miguel Ángel le descerrajaron dos tiros en la cabeza . El 13 de julio se apagó su vida. Aquel día, nos abrazó su espíritu.
Centenares de muertos, amputados y secuestrados después, España entera gritó, ahora sí, «Basta Ya» . La masa cobardona alzó al fin sus manos, huérfanas de coartada. Pudo ser antes, debió ser antes. Pero fue el espíritu de Miguel Ángel. A las multitudinarias manifestaciones se sumaron esos que decían no justificar a ETA pero pactaban con el diablo porque ellos eran buenos vascos, sin uniforme, ni tricornio. Los mismos que aventaban a la parca, apretaban el paso y se empecinaban en establecer un hiriente paralelismo entre víctimas y verdugos . Eso hasta que fueron bendecidos, iluminados, como quieran llamarlo, por el espíritu de Miguel Ángel.
Quizás sea exagerado. Seguro que muchos antes y después de Miguel Ángel deberían tener su nombre cincelado en el frontispicio del panteón de hombres y mujeres valientes que lucharon y derrotaron a esos malnacidos. Pero es que yo era un chaval que juntaba cuatro duros para casarse con Teresa, que los viernes poteaba con mi cuadrilla y cada mañana me desperezaba camino de la redacción. Aquel 13 de julio me sentí parte de algo. Triste, duro, pero esperanzador: el espíritu de Ermua . El de Miguel Ángel Blanco Garrido, un tipo corriente, un símbolo eterno. Uno de los suyos, uno de los nuestros, uno, ya era hora, de todos.
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