Javier Rupérez

La mejor fábrica de euroescépticos

La contemplación del exilio que el Reino de los belgas ofrece al prófugo ex presidente de la Generalidad de Cataluña es cosa de mucho asombro

Oriol Junqueras, en el Congreso IGNACIO GIL

Javier Rupérez

La decisión del Tribunal Europeo de Luxemburgo de conceder la inmunidad parlamentaria a Junqueras tiene lógicamente un sinfín de laberintos jurídicos que los expertos se encargarán de desentrañar. Pero sobre todo contiene una carga directamente dirigida contra el ordenamiento jurídico español: dicen «digo» aquellos, en Luxemburgo, donde los de aquí, en Madrid, dijeron «Diego». No es la primera vez que la justicia europea, en Luxemburgo o en Estrasburgo, la primera de la Unión Europea y la segunda del Consejo de Europa, enmiendan la plana a sentencias tomadas previamente por los órganos judiciales españoles en sus máximos niveles. Como tampoco resulta extraño contemplar cómo instancias judiciales de naciones europeas parecen encontrar cierto consuelo en proteger en su seno o albergar a personas declaradas delincuentes por la justicia española. Véase Alemania o Bélgica en los casos de Puigdemont y sus no escasos compinches (seguramente habrá que añadir «compinchas», para estar de acuerdo con la perspectiva de género).

La contemplación del exilio que el Reino de los belgas ofrece al prófugo ex presidente de la Generalidad de Cataluña es cosa de mucho asombro. Por no hablar de los infinitos vericuetos, normalmente negativos, a que se ven sometidas las euroórdenes emitidas por las autoridades judiciales españolas. Pero tanta es la influencia que la sombra de la justicia europea ejerce sobre nuestra judicatura, que el mismo Tribunal Supremo, al condenar a los delincuentes envueltos en el golpe de estado separatista, lo hace pensando en que Estrasburgo no enmiende la plana a la decisión.

Resulta evidente que la repetición de tales dudosos ejemplos tiene un seguramente involuntario, pero no menos certero, efecto sobre la ciudadanía: ¿para eso estamos en Europa, para que las instancias supranacionales del continente corrijan sistemáticamente las decisiones de un acreditado sistema judicial, como si se tratara de una maquinaria poco fiable? Claro que los inmaculados togados de las organizaciones europeas tienen bastante con dictar sus impolutas resoluciones al aire de lo que les dicta el abogado general de turno pero ¿acaso no les queda tiempo para reparar que con sus decisiones generan en este nuestro bendito país la semilla euroescéptica que hasta ahora tan poco crecimiento había tenido?

Los EE. UU. no reconocen ninguna instancia superior a la del propio Tribunal Supremo. Por muchas razones, pero entre otras porque le otorgan la última voz para dictar sentencia. ¿Qué tal una pensada al respecto?

*Javier Rupérez es embajador de España

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