Humillar el legado

Hay una desautorización y mensaje interno al disidente: el felipismo es historia, y además estorba

El expresidente del Gobierno, Felipe González ABC
Manuel Marín

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Hace tiempo que el PSOE dejó de ser un partido reconocible capaz de enorgullecerse de sus símbolos, sus siglas y su legado. Y hace años que su dirigencia transita por un oportunista proceso de adaptación a la «nueva política» renegando de su pasado, silenciando su trayectoria, y ninguneando al vector del socialismo que más tiempo ha gobernado a España en democracia. Hay nostálgicos de la post-Transición que siguen invocando a Felipe González como un icono incontestable de la historia del PSOE, como un gran hermano siempre atento a cualquier desliz de «su» socialismo, o como un tótem con poderes sobrenaturales, capaz de cambiar con una sola palabra toda desviación del PSOE hacia lo errático. Según esta visión, González sería ese seguro de vida garante y controlador del socialismo, o una especie de visionario inmortal que permite al partido jugar al límite, pero jamás descarrilar.

Sin embargo, conviene perder toda esperanza. González ya no es un jarrón chino, sino una jarrita española en un PSOE postmoderno inmune a la Transición. En su día, Alfonso Guerra presumió de ejercer un control tan férreo en el PSOE, que «quien se movía, no salía en la foto». Hoy, Sánchez ha asumido ese mismo principio, pero a la inversa: quien reniega de ese PSOE clásico , sale en la foto sonriente junto a Pablo Iglesias (el de Podemos) como rostro del nuevo progresismo… En las juventudes socialistas ya hay quien solo conoce a González en fotos de blanco y negro .

A González se le atribuye hoy una maquinación junto al Ibex para expulsar a Iglesias de la coalición, y que el PSOE gobierne en minoría mientras Ciudadanos hace la vista gorda , el PP se suicida, y el PNV hace caja. El inconveniente de ese plan infalible es que la izquierda se ha blindado con la fragmentación de la derecha, y nada va a cambiar. Los restos del felipismo pueden pretender rearmarse a la sombra de un virus demoledor con la coartada de enfilar a Iglesias para proteger a Sánchez mientras los «poderes fácticos» desguazan su coalición. Pero aquel PSOE es residual , y el silencio del actual frente a la agresión de Podemos a González es elocuente.

Iglesias llegó al Congreso arrojando c al viva sobre los escaños socialistas. Hoy, en cambio, se abrazan. Si para el PSOE es más relevante la supervivencia de la coalición frente a cualquier agresión externa, aunque provenga de un socialista de pedigrí como González…, y si para el PSOE es prioritario mantener a Iglesias y no desagraviar a su expresidente, entonces es que el sanchismo no tiene empacho alguno en demostrar su explícito desprecio a González, una desautorización humillante de su figura y, sobre todo, un mensaje interno al disidente: el felipismo es historia, y además estorba.

Si Sánchez sobrevive a base de sonreír a quien le arrojó cal y de pactar con Bildu en el Congreso, es porque la anestesia ha surtido un efecto brutal en el corpus socialista . La cadena de custodia de la coherencia en el PSOE quedó comprometida y contaminada invitando a Bildu a negociar sobre la vida de sus militantes asesinados. Pero eso pertenece al ámbito de los principios. Y ya, si eso, lo de reivindicar principios queda para otro día.

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