Luis María Ferrández
Odiar a un niño
Tiene sólo cinco años y ya conoce en su piel el hedor fulminante de una mala mirada, de un insulto a tiempo, de un desprecio o de una pancarta
No es el niño del pijama de rayas, pero podría serlo. Se está vistiendo para ir al colegio, ese extraño lugar donde le han convertido en un leproso sin llagas y un pecador sin pecado. ¿Su culpa?, haber recurrido a la justicia para que se haga justicia donde no la había . Tiene solo cinco años y le pondrán al otro lado de la alambrada, será el último de la fila y quizás, un día, verá su nombre en la esquina de la pizarra. ¿Su pecado? Haber pedido justicia en la república de lo injusto.
Ya conoce las fauces y el aliento de la bestia, el viento gélido de un patriotismo inflamado hasta convertirse en un rodillo que no cesa.Señalado por convencidos de haber caído en el lado correcto de la historia, a un niño de cinco años le convertirán en un mártir de la intolerancia, ante la indiferente mirada de las instituciones que están obligadas a protegerle contra el grito, la ira y la soflama.No es el niño perdido en la selva, pero podría serlo. Llegará a la puerta del colegio convertido en un sospechoso habitual, en un marginado con carnet de apestado, donde una pintada en el muro, le recordará que para algunos, ese no es su sitio ni su plaza.
Tiene sólo cinco años y ya conoce en su piel el hedor fulminante de una mala mirada, de un insulto a tiempo, de un desprecio o de una pancarta. Llegará al aula, donde le harán el vacío. Conocerá como la rabia cristaliza a través de un gesto colectivo, una palabra suelta o un momento innecesario. Se le entrena pronto a parar los golpes del discurso del odio, ese que sólo se mediatiza y se combate cuando la ideología lo permite y la masa lo demande. Han propuesto apedrear su casa, dejar en la fachada la marca de una enfermedad insaciable, incurable y contagiosa.
Se convertirá en esa minoría silenciada. Pertenecerá a esa sociedad perseguida y mutilada, que transita estoica por ese valle de desprecios regado y sembrado por aquellos que imponen sus reglas, haciéndose las víctimas y ejerciendo de verdugos. Tiene solo cinco años, pero ya conoce que es pisar una tierra que siente suya , y ver como pretenden robársela a golpe de pancartas, altavoces, cuentos y propaganda.
Escuchará los gritos de quienes le increpan, quizás verá su nombre en un tuit inesperado, en una frase malsonante. Puede que no le inviten a las fiestas y el patio del colegio, cada día, se convierte en un prueba de fuego. Intentarán quitarle la silla, la voz, el cromo y la palabra.La sonrisa del mediodía, la mochila de ilusiones y la libertad que tanto costó ser conquistada. Y por mucho que intentemos encontrar la causa, es imposible concebir, cómo se puede odiar a un niño de 5 años, proclamarlo con orgullo y además, llamar a apedrear la fachada de su casa.
Luis María Ferrández es director de cine