La isla mágica

«Si por Moncloa fuera, el estado de alarma se alargaría sine die. Así podría evitar que la verdad se impusiera al sortilegio tezanista»

El presidente del CIS, Félix Tezanos ABC
Luis Herrero

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Tezanos, en el mundo de la brujería, viene a ser algo así como un cruce entre la b ella Morgana de la leyenda artúrica y el malvado Saruman que sirve al Señor Oscuro en la Tierra Media. Para seducir al rey, Morgana convirtió la isla mágica de Ávalon en un paraíso de camas de oro y manzanos de fruto perenne. Saruman ejemplifica como nadie la corrupción que engendra el poder.

El barbado director del CIS, alentado por espíritu de ambos, trata de convencer a Sánchez de que es posible convertir a España en una isla paradisiaca como la de Ávalon, donde los ciudadanos solo se informen por los canales de la propaganda oficial y los partidos de la oposición desprecien la crítica como herramienta de combate. «Nada tiene de malo darle al pueblo lo que el pueblo demanda», susurra el hechicero de la Moncloa .

Después de todo, voilà: dos de cada tre s españoles «creen que habría que restringir y controlar las informaciones, estableciendo sólo una fuente oficial de información» y nueve de cada diez opina que la oposición debe «dejar las críticas para otro momento».

Mientras tanto, los expertos que analizan los sesgos sociales que se han puesto en marcha en el mundo entero durante el confinamiento, observan una cierta proclividad de los ciudadanos a la mano dura. Un grupo de investigadores de la Universidad de Barcelona ha detectado en los españoles un cambio en las preferencias hacia un gobierno autoritario. También he leído que Pep Lobera, el sociólogo de la Universidad Autónoma de Madrid que estudia la confianza en las instituciones en su respuesta a la crisis, con datos de siete países, ha llegado a la conclusión de que en todos ellos los ciudadanos consideran muy débil la respuesta de sus respectivos gobiernos .

El miedo y la ansiedad están causando estragos. La catedrática de Psicología Experimental de la Universidad de Deusto, Helena Matute , acaba de publicar un libro, «Nuestra muerte nos engaña: sesgos y errores cognitivos que todos cometemos», en el que alerta del riesgo de dejarnos arrastrar, en estas circunstancias, por estados de ánimo que no nos permiten pensar con claridad.

Manipula la encuesta

Pero la naturaleza del poder es perversa —aquí es donde la alquimia del CIS rinde tributo al influjo de Saruman — y en lugar de ahuyentar la tentación corrosiva de la docilidad pastueña ante el desamparo, se alía con ella, manipula la encuesta y proyecta la ensoñación de un país dispuesto a renunciar a sus libertades a cambio de la seguridad que tanto añora.

Si por Moncloa fuera, el estado de alarma se alargaría sine die. Así podría evitar que la verdad se impusiera al sortilegio tezanista y que los datos que subyacen en la fotografía sociológica del país pasaran a ser un exponente más de los «bulos e informaciones engañosas y poco fundadas por las redes y los medios de comunicación social» que el Gobierno debería prohibir. A la mitad de los españoles (49,8%) la respuesta del Gobierno ante la crisis les parece inadecuada y a seis de cada diez el presidente del Gobierno les inspira poca o ninguna confianza. Si Sánchez hubiera tomado medidas antes del 8-M, 80.000 personas no habrían contraído la enfermedad.

Hay dos formas de contemplar las terribles consecuencias de esta pandemia. La figurativa y la abstracta. La primera nos muestra el horror de hospitales hacinados, sanitarios sobrecargados de trabajo, morgues de campaña atestadas de féretros y familias desgarradas por el dolor.

El Gobierno, a través de sus canales informativos oficiales, trata de imponer la segunda: una descripción estadística de dudoso rigor científico, que tiende a confundir a las personas con las cifras y huye del dramatismo de las imágenes. Por eso no hay crespones negros en las pantallas de televisión ni banderas a media asta .

Mientras el luto sea una idea indeterminada, los españoles no terminaremos de comprender el verdadero alcance de lo que nos sucede. El Gobierno pretende hacernos creer que la vigilancia totalitaria es la única forma de proteger nuestra salud. Pincho de tortilla y caña a que si le compramos la mercancía acabaremos renunciando a la libertad y seguiremos cercados por la pandemia.

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