Pincho de tortilla y caña

La hora de dar la talla

Cuál haya sido nuestra reacción ante la pandemia del coronavirus nos definirá como seres humanos

Un cliente realiza la compra en un supermercado en los primeros días de la expansión del coronavirus EP
Luis Herrero

Esta funcionalidad es sólo para registrados

Normalmente la vida nos concede pocas oportunidades para dar la talla ante nosotros mismos y ser coherentes con lo que hacemos o decimos, de modo que podamos afeitarnos -o depilarnos- sin rubor ante el espejo cada mañana. Desde ese punto de vista, cuál haya sido nuestra reacción ante la pandemia del coronavirus nos definirá como seres humanos cuando podamos volver a las barras de los bares, o a las cenas en grupo, o a los centros de trabajo, y compartir con los demás nuestra propia experiencia.

Hace menos de una semana, aunque parezca que hayan pasado meses, al día siguiente de que se decretara el cierre de los colegios en Madrid, fui a un colmado para hacer una compra más abultada de lo normal . Mi intención no era la de abastecer las estanterías de la habitación del pánico. No acabé con las existencias del supermercado ni tuve que contratar a una pléyade de porteadores para que me ayudaran a transportar las bolsas de la compra. Pero sí: reconozco que iba más cargado de lo normal.

Las miradas de la gente -no todas- me hicieron sentir mal. «Ahí va un histérico que cree en el Apocalipsis», parecían decirme. En ese momento me di cuenta de que el mundo se había partido en dos : por una parte estaban los perturbados que hacían acopio indiscriminado de víveres como si un hongo nuclear hubiera convertido sus vidas en una ruleta rusa, y por otra parte los que, instalados en esa cierta superioridad moral de ver a los anteriores consumidos por el miedo, seguían agolpándose en las terrazas de los bares o manteniendo sus rutinas sociales como si todo lo que estuviera pasando fuera fruto de la sobreactuación de los dirigentes políticos.

No había término medio. Yo trataba de explicarle a los míos que íbamos a tener que cambiar nuestras conductas diarias durante el tiempo que el puto virus tardara en recular, y que para limitar las salidas a la calle a lo mínimo imprescindible y no poner en riesgo a los demás era una buena idea hacer compras más copiosas de lo normal.

No lo hacía por temor a que pudieran producirse problemas de desabastecimiento. Trabajo en la radio. Entrevisto a diario a expertos de todo tipo y condición. Me consta que ese riesgo no existe.

Mi idea era, y sigue siendo, que las medidas excepcionales -la del cierre de colegios, de comercios, de centros laborales, de bares, incluso de fronteras geográficas- no eran fruto de un brote histriónico de la clase política. Ni esas decisiones tan radicales se estaban tomando para tapar la boca de los ciudadanos que pensaban que el Gobierno no hacía nada para encarar la crisis sanitaria, ni el hecho de tomarlas iba a provocar una espiral de histeria colectiva que convirtiera a este país en un manicomio.

Cuando se suscitaba esta discusión, algunos de mis amigos me decían que aplaudir la deriva de decisiones tan terminantes nos privaría del derecho a quejarnos de sus consecuencias: hijos en casa, confinamientos domiciliarios, cierre de cines y bares, domingos sin fútbol, Semana Santa sin procesiones y baños sin papel higiénico. Antes de jalear esa clase de medidas, me decían, pregúntate si las consideras necesarias y si confías en el criterio de quien las toma. No, no me fío del criterio de los gobernantes y tiempo habrá para sacar a relucir todo lo que están haciendo mal , pero aún así sostengo humildemente que la adopción de esas medidas sí era necesaria.

¿Quejarnos por sus incómodas consecuencias? Pincho de tortilla y caña a que ahora de lo que estaríamos quejándonos de verdad es de que no se hubieran adoptado. El Gobierno no ha hecho mal promulgándolas, sino en tardar demasiado en hacerlo. La losa del 8-M caerá sobre sus cabezas como un baldón denigrante. Cuando me recuerdo a mí mismo con más paquetes de lo normal saliendo del colmado que hay al lado de mi casa sigo sin entender las miradas que me dirigían algunos ciudadanos. Tal vez fuera porque veían que llevaba un paquete gigante de rollos de papel higiénico. Tal vez no fueran miradas de reproche. Solo de envidia.

Comentarios
0
Comparte esta noticia por correo electrónico

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Reporta un error en esta noticia

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Muchas gracias por tu participación