Manuel Marín

La legislatura de la histeria

MANUEL MARÍN

No parece haberse iniciado la legislatura de los pactos, sino la del vértigo. Y pronto podría ser la de la histeria. Nadie es capaz de prever con un mínimo de solvencia qué ocurrirá 24 horas después de cualquier pronóstico que se presenta un minuto como factible, y al siguiente deja de serlo. Todo es inestable y etéreo. Lo ocurrido en Cataluña puede ser premonitorio de un caos elocuente. Tanto, como la indignación que Iglesias rumia sintiéndose traicionado por Sánchez o viéndose reducido a una simple cobaya para ensayar experimentos de riesgo. Iglesias mira a los socialistas como diciendo: «No saben quién soy yo».

Podemos no cree tanto en prefabricar un Gobierno para el PSOE como en la repetición de elecciones. Las reuniones secretas dicen una cosa; las declaraciones, otra; y los hechos, una tercera. El primer hecho objetivo es la renuncia del PP a disputar la presidencia del Congreso, entregada a un socialista a cambio de que en la Mesa haya una mayoría del bloqueo PP-Ciudadanos. Es un cromo que Sánchez acepta para reivindicar como un triunfo. De facto, Podemos es la víctima incipiente de un cordón sanitario del eje constitucionalista frente al bloque circense de charanga y bicicleta. Pero nadie en el PP ve fiable al PSOE.

En su rifirrafe en Cope, a Iglesias se le escapó reprochar al líder de Ciudadanos: «En las elecciones la gente no te va a perdonar esto». Un augurio de lo que realmente se plantea Podemos. Su cabreo era sideral. Su plan es volver a las urnas para engullir al PSOE. El PP está cautivo y desarmado, a la espera de noticias de un PSOE más racional del que encarna Sánchez con su contundente «no» sistemático. A su vez, el líder socialista depende de Podemos. La gran coalición por la que suspira Rajoy no tiene visos de producirse. A lo sumo, un gobierno en minoría del PP consentido por el ala crítica del PSOE, que ve en Sánchez a un insolvente capaz de arrastrar al socialismo al mismo lugar al que Artur Mas ha conducido a Convergencia.

Rajoy gobernaría en solitario, y no más de dos años, si hubiese un plan de choque en el PSOE que aún no existe. González, Rubalcaba y Zapatero brujulean molestos con la deriva. Rajoy, también. El veto de Sánchez es intransigente, y un pacto «progresista» multicolor tendría una legitimidad tan forzada como no creíble. En el PSOE hay pelos de punta. Incluso, Iglesias es consciente de que la sobreactuación carnavalesca le perjudicará porque la «ilusión» antisistema e indignada de su mensaje puede degenerar en la percepción ciudadana de que sus diputados, garantes de un populismo de soviet grotesco, son un cero a la izquierda carente de más formación que la demagogia y la teatralidad.

¿Legislar con macedonia? Alguien olvida que el Tribunal Constitucional, de mayoría conservadora, podría bloquear las leyes que respondan a planteamientos de Podemos abiertamente inconstitucionales. El Estado de Derecho no se reduce solo a un carnaval de escaños. El TC no es un jarrón chino. Y la teoría de los «tapados» –Javier Solana, Cristina Cifuentes o los monti que surjan…– no pasa de momento de ser una especulación mediática sin fundamento aparente. Vértigo.

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