El laberinto

No, no es verdad que Sánchez quiera encontrar el modo de romper sus ataduras con los independentistas. Lo único que quiere es que el precio que le pidan a cambio no sea impagable

Pedro Sánchez, en un acto electoral del PSOE en Alicante EP
Luis Herrero

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No, no es verdad que Sánchez quiera encontrar el modo de romper sus ataduras con los independentistas. Cuando le pide a Ciudadanos y al PP que se abstengan en la votación de investidura por el bien de España no está buscando el bien de España sino el suyo particular en las elecciones del domingo que viene. Lo único que quiere es evitar castigos territoriales por su coqueteo con el separatismo catalán . Necesita que sus electores en Extremadura, Castilla-La Mancha, Aragón, y en todos aquellos feudos donde la suma de la derecha pueda alejarle del poder, se crean -sin mácula de duda- que en el futuro inmediato no habrá más conversaciones equívocas que exijan la figura de un relator que levante acta de lo que se dice en una mesa de partidos abierta a hablar «de todo».

Para el logro de ese objetivo -el de hacer creer que se acabaron para siempre las coyundas con el independentismo catalán - el episodio del veto a Miquel Iceta ha sido providencial. Si hubiera pactos secretos por debajo de la mesa, argumentan los voceros de Ferraz y de Moncloa, ERC no habría mandado al primer secretario del PSC a hacer puñetas privándole de la presidencia del Senado. ¿Puede haber alguna forma más eficaz de taparle la boca a aquellos que sostienen que el PSOE está decidido a negociar el reconocimiento del derecho de autodeterminación y la posterior convocatoria de un referéndum de independencia? Esa es la gran prueba de convicción argumental que esgrimen los candidatos socialistas para tranquilizar a sus votantes de cara al día 26.

Pero no es verdad. Tal vez a Sánchez le hubiera gustado poder prescindir del sumando separatista para alcanzar la mayoría absoluta, pero las urnas le han negado ese deseo y no tiene más remedio, si quiere seguir jibarizando a Podemos con una política social afincada en el espacio de la izquierda, que juntarse con cinco socios -Iglesias, Junqueras, Ortúzar, Puigdemont y Otegui - que están firmemente decididos a seguir dando la batalla del derecho a decidir. Iglesias ha puesto a Gerardo Pisarello -el que quitó la bandera de España del balcón del Ayuntamiento de Barcelona- en la Mesa del Congreso y Ortúzar ha condicionado su apoyo al PSOE a la elaboración de «un traje nuevo para el modelo territorial» del Estado. ¿Qué más hace falta para saber de qué va a ir la legislatura en ciernes?

Sánchez no es tonto y lo sabe. Lo sabe tan bien que ha puesto en la presidencia del Congreso a la cartógrafa de la ruta de Pedralbes y en la del Senado -descabalgado Iceta por la arrogancia de haber vendido la piel del oso antes de cazarlo- al socialista catalán más votado el 28 de abril. En poco más de dos años, el PSC ha pasado de estar a punto de perder la franquicia del PSOE en Cataluña «por defender el reconocimiento de Catalunya como nación y la plurinacionalidad de España» -Javier Fernández dixit- a hacerse con el control del tercer y cuarto puesto en el organigrama del poder del Estado. Batet apoyó tres veces el referéndum separatista , defiende la inmersión lingüística, duda que la Constitución deba imponerse y quiere que los presos del procés salgan de la cárcel cuanto antes.

Los hechos pueden más que las palabras. Y más aún si las palabras se pronuncian en vísperas electorales. Las primeras decisiones de Sánchez -por sus obras les conoceréis- marcan la dirección de sus propósitos. Es evidente que no tendería puentes con ERC si no necesitara cruzarlos. La estabilidad de su Gobierno depende del apoyo de Junqueras . Sin él no hay Presupuestos posibles. Así que vuelvo al principio: No, no es verdad que Sánchez quiera encontrar el modo de romper sus ataduras con los independentistas. Lo único que quiere es que el precio que le pidan a cambio no sea impagable. ¿Pero es eso posible? Pincho de tortilla y caña a que no. O pone el derecho a decidir encima de la mesa o la legislatura será un gólgota de corto recorrido. El general sigue en su laberinto.

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