Ana Julia, manual de una fingidora en busca de perdón

La fiscal Elena Fernández en sus conclusiones del martes la dibujó como una mujer fría, meditada, reflexiva y perversa

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Ana Julia Quezada, durante el juicio EFE | Vídeo: Ana Julia: "Pido perdón a toda España y espero que Dios me perdone" ATLAS

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Ana Julia «recuerda lo que le interesa y esa situación de angustia fingida no es más que por ella misma, por su situación personal». El retrato es de la fiscal Elena Fernández en sus conclusiones del martes. Dibujó a una mujer fría, meditada, reflexiva y perversa que mintió desde el minuto uno en que desapareció Gabriel y mantuvo su farsa durante doce largos días. En esas jornadas angustiosas e interminables desplegó un manual de encantadora de serpientes, a ratos afligida y pesarosa, y en otros como la animadora de toda la familia. «Hoy lo vamos a encontrar», les decía.

Fue capaz cada noche de compartir cama con el que era su pareja, Ángel Cruz, el padre de Gabriel, sin corroerse sabiendo que tenía al niño enterrado a cinco kilómetros. Fue capaz de estar bajo el mismo techo que la abuela del crío, que el resto de la familia ; mirar a los ojos a Patricia, la madre, y pedir a su propia hija que viajara desde Burgos para apoyarla. Esa hija, Judith pidió no verla el día que declaró y contó que había cortado cualquier vínculo con ella porque le hacía daño.

Cada vez que Ana Julia pasó por la Comandancia de la Guardia Civil añadía un elemento a su relato falso; se interesaba por qué sabían los investigadores, los periodistas, los amigos….Como una sombra acechaba cualquier novedad. El día que la detuvieron con el cadáver del pequeño en el maletero (al que había desenterrado con sus propias manos y maldecido mientras conducía) solo dijo «muy bien» cuando le leyeron sus derechos junto al coche. Al colocarle las esposas, de nuevo la teatralización: «Te quiero mucho, Ángel, te quiero Gabriel» .

En su declaración ante la Sala lloró sin convicción , con ruido pero sin lágrimas, igual que durante la reconstrucción del crimen. Lo que más le preocupaba era cómo se lo decía a su pareja. «No muestra ni arrepentimiento ni culpa en doce días», siguió la fiscal.

No solo mintió todo ese tiempo, sino que trató en ese elaborado manual de superviviente de que las miradas se dirigieran hacia su expareja, Sergio Melguizo, al que aseguran que dejó en la ruina tras regentar ambos un bar. Él también la definió como una mentirosa habitual.

Su ego ha aparecido a ráfagas durante estos días . Cuando todos sufrían buscando a Gabriel, ella presumía del tipo que se le estaba quedando debido a sus sesiones de gimnasio. Cuando trasladaba el cadáver se jaleaba: «Tranquila, Ana, no vas a ir a la cárcel…» . Al declarar, suplicante, aseguró que se quería suicidar con pastillas, que no podía aguantar más. Ningún testimonio ha corroborado ese supuesto intento de acabar con todo. La culpa no fue suficiente revulsivo para ella.

Ana Julia llegó a España desde la República Dominicana con 18 años. Allí dejó a su hija, un bebé, a cargo de su madre. Ejerció la prostitución en Burgos y de esas garras la arrancó su futuro marido , Miguel Ángel Redondo, con el que estuvo casada 17 años y al que denunció por violencia de género. Cuando su hija tenía cuatro años la trajo a España y poco después la niña murió al precipitarse por una ventana. Judith es su segunda hija. Han pasado años sin contacto. Ella se quedó en Burgos con su padre, pero la noche en que desapareció Gabriel, su madre le pidió que viajara a Almería para apoyarla.

Sus dos parejas posteriores murieron de cáncer. Los hijos de una de esas parejas la denunciaron por robar joyas de su padre . Aseguran que pese a la cirrosis que tenía ella le llevaba alcohol. Decían que lo tenía engatusado. No han declarado en el juicio. Se juzga un crimen, no su pasado.

El abogado de los padres la definió como «una auténtica asesina» , que mató al niño haciéndolo sufrir. Por dinero, por odio a la madre o porque quería a Ángel solo para ella y el niño le estorbaba. Después de enterrarlo, se dedicó a fumar y a pintar una lavadora y una puerta. Su letrado, en cambio, dice que no lo planeó. De lo contrario, todo fue una chapuza. «No todos tenemos una vida fácil», argumenta, ni todas las familias son perfectas. Tiene razón en algo. No se ha juzgado a Ana Julia, a su pasado poco ejemplar, sino los hechos que cometió. No es fácil matar a un niño. Ana Julia lo mató. Lo contó ella misma. Cómo lo hizo condicionará el resto de su vida.

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