Agrupémonos todos
Al día siguiente te leí, como un lector «premium» que ha sido invitado a las bambalinas del articulismo
La última vez que coincidimos fue en el Hemiciclo del Congreso. Seguíamos la sesión de investidura desde la tribuna de prensa, esa ubicación solemne que te ofrece una impagable mirada casi cenital sobre el presidente del Gobierno, sobre todo cuando éste es socialista. A pesar de las apreturas -rodilla con rodilla- es un lugar propicio para el trabajo de cronista, y para el observar de crítico. Muchas horas te has pasado allí escuchando. Aquella mañana llegaste justito de tiempo, despreocupado y sonriente como siempre. Me viste allí sentado cuaderno en mano y te sentaste a mi lado -«¿Qué pasa, Miranda?»-. Era un jueves de julio. Estuvimos coñeando toda la sesión, que era propicia para el desconcierto: aquel día fracasó de nuevo «Pdr Schz» porque la sola idea de nombrar ministros de Podemos no le dejaba dormir . El tiempo ha dado la razón a nuestras bromas. Desgraciadamente, ahora la parca nos ha robado tu talento para contarnos con uno de tus símiles mafiosos que el presidente debe dormir con un ojo abierto, como quien teme que bajo las sábanas aparezca la cabeza de un caballo. Tiene al enemigo en casa.
Aquel día, la somanta de palos de Sánchez y Lastra a Iglesias fue inhumana. El líder de Podemos aguantó el tipo, se arrastró como una rata y le ofreció su reino a cambio de ¡las políticas activas de empleo! Como somos educados, la carcajada sólo se escuchó en nuestras miradas: «¿Ha dicho lo que ha dicho?» Al parecer, se lo había sugerido un mandamás del PSOE. En ese momento, observamos cómo Sánchez cogía el móvil y tecleaba un mensaje. Lástima de vista cansada -nos dijimos-, no podíamos leer lo que ponía. Y miramos a la tribuna de invitados: un segundo después, lo que tarda un SMS en cruzar el Hemiciclo, a Iván Redondo le vibró la axila, sacó su móvil y dedicó unos minutos a responder. La tribuna nos había regalado la mejor metáfora de la política sanchista. Con la mitad de eso, amigo Gistau, tú has escrito páginas gloriosas. Porque la mitad de tus artículos los escribías con la mirada, y el resto con esa muñeca de columnista clásico.
Esa mañana, comentamos cada detalle de lo que allí acontecía, y acontecía mucho. Bromeábamos con que el PP se había quedado tan tieso en las elecciones -66 escaños- que visto desde arriba, bastaba una columna de la tribuna para tapar a toda su bancada. Mucha mala leche.
Aquel artículo lo titulaste «Agrúpemonos todos». Al día siguiente te leí, como un lector «premium» que ha sido invitado a las bambalinas del articulismo. Esta fue una vez de tantas, con la particuliaridad de que fue la última vez que escribimos sobre lo mismo. Tú en «El Mundo», yo en ABC, que también fue tu casa. Hoy, los que te conocimos, los que te leímos, y los que te quisimos, nos decimos exactamente eso: Agrupémonos todos. En el recuerdo. En el desconsuelo. En la admiración. Rodilla con rodilla. En David Gistau .
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