La falsa autoridad moral y el lenguaje: el caso Galapagar

«Es en ese terreno oscuro de la presunta superioridad moral en el que un gobierno puede pactar con filo-terroristas pero a la vez puede impedir manifestaciones pacíficas»

Pedro Sánchez y Pablo Iglesias, en el Congreso ABC

Javier Guerra

«Somos socialistas, somos enemigos a muerte del sistema económico capitalista... y estamos dispuestos a destruirlos bajo cualquier circunstancia».

Seguramente, querido lector, esta sentencia le traerá a la mente el objetivo político básico de alguno de nuestros dirigentes. Podría ser ....

Pero también podría ser una afirmación realizada por alguno de los grandes dictadores del pasado siglo XX.

¿Sorprendente? No tanto. La historia ha demostrado que, en su raíz, los objetivos finales de las grandes dictaduras de la era reciente (el fascismo y el comunismo) eran y siguen siendo los mismos: el control de la sociedad .

Y en la búsqueda de ese objetivo, supuestamente igualitario y necesariamente incompatible con la libertad individual, dos son los ingredientes utilizados por aquellos que incluso han disfrazado su nombre para no parecer lo que son: una supuesta e imaginaria superioridad moral y la utilización falsaria y engañosa del lenguaje.

Analizamos el primero de los «instrumentos». Efectivamente, cuando se considera que la «superioridad moral» es una propiedad, se torna muy complejo ver los límites de los propios actos. Todo vale, puesto que la bondad moral y ética se da por entendida. «El líder», dada su superioridad moral, desprecia «tu» libertad e impone lo que «ÉL» sabe que es óptimo para «ti . Como consecuencia de este endiablado razonamiento, la libertad intrínseca de cada persona queda relegada a un segundo plano y es sólo un coste menor que debemos pagar para ponernos en manos de las élites del partido, acercándonos al destino añorado, que no es otro que la dictadura de una verdadera casta situada por encima del bien y del mal, que conjuga soflamas de exigencia moral para todos... menos para ellos mismos.

Es en ese terreno oscuro de la presunta superioridad moral en el que un gobierno puede pactar con filo-terroristas pero a la vez puede impedir manifestaciones pacíficas, en el que es permisible y deseable insultar a quien te ha apoyado en el curso de esta pandemia, en el que se puede aplicar el oscurantismo más rancio a la realización de importantes contratos públicos o en el que se incluye a un antisistema en las entrañas del mismo utilizando el velo del estado de alarma.

Pero, lector, mire que es usted desconfiado. «ÉL» sabe perfectamente lo que es bueno… para la consecución de sus objetivos.

Hay un segundo ingrediente necesario: la utilización falsaria del lenguaje. Manipular las palabras para doblegar su verdadero significado e ir así construyendo el relato de un populismo demagógico a base de la repetición de unos mantras falsos e interesados. Es su posverdad, una forma elegante de decir mentira.

De esta forma, poco a poco, mediante un cálculo frío y nada improvisado, van acercando palabras a sus mantras asignadnos las de sentido negativo a aquellos a los que quieren destruir.

De esta sutil forma, estos especialistas de la manipulación nos explican que comprar voluntades se llama «renta de conciliación» , que enfrentar a la mujer con el hombre se llama «feminismo», que la incapacidad para gestionar se llaman «recortes del PP», que la destrucción irracional del tejido productivo se llama «ecologismo» y que, como punto final y gloria de la casta, hacernos a todos más pobres se llama «igualdad», cuando no asignar un distinto significado a la palabra «escrache « en función de a quien se le suministra la «medicina».

Es un espectáculo bochornoso observar cómo las palabras cobran una falsa vida en el léxico de un progresismo carente de sentido.

El problema es que en política y para un político lo importante no es realmente lo que se dice sino lo que se hace. Para esta casta comunista las palabras solo son un señuelo para conseguir su verdadero objetivo: el control de la sociedad.

Pero este sistema ha demostrado su absoluta incompetencia y las supuestas utopías nunca han sido exitosas pues, pese a la utilización torticera del lenguaje, parten de una realidad incompatible con la propia esencia del ser humano.

En fin, combinando estos dos ingredientes el populismo se convierte en una forma rápida de acercarse al poder pero de imposible aplicación una vez obtenido. Al ser una simple ilusión los problemas reales lo llevan al fracaso.

Y en GALAPAGAR quedó enterrado para siempre.

Pd/ La cita inicial era de Adolf Hitler.

* Javier Guerra es economista y senador del PP.

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