Obituario

Javier Ballarin Iribarren: Servidor de España en el Parlamento

Letrado de las Cortes Generales. Un ejemplo de espíritu conciliador

José María Robles Fraga

Javier Ballarin ha muerto víctima de un cáncer implacable y cruel, al que se enfrentó con las cualidades que le adornaron toda su vida: valor y esperanza, paciencia y sentido del humor.

Fue letrado de las Cortes Generales, ese cuerpo escueto y brillante que preserva y aconseja a nuestras más altas instituciones representativas. Debía examinarse el día del golpe de estado del 23 de febrero de 1981, intento de destruir el orden constitucional del que Javier fue luego fiel guardián y leal interprete. Con el natural retraso aprobó días después brillantemente esas difíciles oposiciones, una de las más exigentes pruebas de mérito de nuestro país.

Poco antes de enfermar había aceptado la dirección de la nueva oficina de conflicto de intereses de las Cortes, muestra del respeto y consideración que merecían entre sus colegas y superiores su ecuanimidad y competencia.

Ejerció también la abogacía con rigor y precisión. Fue hombre de ojo artístico, dominio de varios idiomas y gustos exquisitos. Fue autor, entre otras, de una magnífica e indispensable en los tiempos que corren traducción de las ‘Falacias Políticas’ de Jeremías Bentham. Buen orador, dio muestra de su elegancia y contundencia verbal en todo tipo de ocasiones, incluyendo tumultuosas asambleas de facultad en otros tiempos.

Fue un hombre bueno, un verdadero caballero cristiano. Admirado y querido, tuvo fieles y leales amigos que disfrutamos de su amena tertulia y siempre ingeniosa conversación, con un castellano hermoso y preciso, fruto de grandes y buenas lecturas.

Fue ante todo un hombre enamorado de su mujer, Vittoria, y murió en paz, feliz con la familia que había fundado y sintiéndose muy orgulloso de sus hijos, Alberto e Isabella.

Se integró con naturalidad en la comunidad italiana de Madrid, gran colectividad humana que aporta riqueza y lustre a esta ciudad acogedora. Italia fue su segunda patria, en otra prueba más de su buen gusto y de su devoción ante la belleza.

Fue un hombre respetado que sirvió a España en el Parlamento y en el Foro. Ejerció en fin el oficio de español de bien, con generosidad, elegancia y cortesía.

Heredó de su padre, Alberto, las raíces aragonesas y la vocación de ayuda a los más necesitados, lo que hizo mientras pudo en la Comunidad de Santo Egidio; de la misma manera que se convirtió en puntal de la Parroquia de San Fermín de los Navarros, otro de los vínculos que mantenía con la Navarra de su madre Juana. Los que tuvimos la fortuna de conocerle y de quererle echaremos de menos su conversación, su ironía y su capacidad de iluminar las vidas de los demás. Mantener su recuerdo será a partir de ahora un deber moral pero también cívico. Nuestra democracia debe mucho a servidores públicos como Javier Ballarin, y nuestra España –a la que amó con pasión– seguirá necesitando de su ejemplo, espíritu conciliador y su carácter liberal y moderado.

José María Robles Fraga

Diplomático

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