Testimonio de un policía nacional
«Nos insultaban, nos amenazaban... A un compañero le partieron la cara ante la pasividad de unos mossos»
Un policía relata en una carta al Director de ABC el asedio que sufrieron tras la manifestación por la equiparación salarial
Los últimos de Barcelona. Ninguna frase mejor para definir la situación de asedio personal que vivimos los ocupantes de ese último autobús que regresó de la manifestación por la equiparación salarial de Policías Nacionales y Guardias Civiles en la Ciudad Condal, fletado desde Jerez de La Frontera.
La jornada desde el inicio fue tranquila, festiva... Muchas personas se iban uniendo a la marcha, hartos de estar hartos, nos decían. Los Mossos protegían la manifestación haciendo un gran trabajo. Pues bien, la concentración pretendía finalizar en la plaza de Cataluña, donde había un escenario desde el que se lanzaron arengas con la consigna de no entrar en provocaciones externas. Nada de política en nuestros ánimos, aunque la marcha la secundara algún político que otro. Sin embargo, sobre las dos de la tarde de ese caluroso 29 de septiembre ya empezábamos a sentirnos dentro de esa plaza de Cataluña como piolines rodeados por «gatos hambrientos». Nos sentíamos en una jaula asediada por una contramanifestación.
Al finalizar, quedamos con el resto de componentes del autobús en plaza Urquinaona. Todos increpados, todos insultados... La turba contramanifestante cada vez se hacía mayor. Los Mossos seguían haciendo su trabajo. Nosotros, esos últimos manifestantes rezagados en Barcelona, nos mirábamos preguntándonos dónde demonios estaba el bus, comunicándonos que se encontraba a unos tres o cuatro a pie. La turba empezaba a hacerse enorme. Venían desde todas las calles. No quedaba otra opción que salir hacia el bus, a paso rápido, sin entrar en provocaciones y aguantando el tirón. Pero ocurrió lo que parecía que estaba predestinado: unos pocos quedamos sueltos, cual escena bíblica del vía crucis, a merced de una multitud llena de odio y rabia. Y todo esto después de que unos cuantos Mossos decidieran que no siguiera nuestro pequeño grupo al completo, sino dejando a una decena de personas sueltas y desprotegidas, como presas a punto de ser cazadas. Toda España pudo ver las imágenes, una turba que nos insultaba, llamándonos «ratas, perros, fuerzas de ocupación, fascistas...». Nos escupían, nos amenazaban con cortarnos el cuello, nos agredían, nos lanzaban botellas... Al compañero Trejo le partieron la cara ante la pasividad de esos pocos mossos con uniforme impoluto (que nada tenían que ver con esos que se fajaron ante botes de pintura y agresiones de todo tipo). Nos marchamos tras un ejercicio inhumano de aguante y resistencia mental para no entrar en provocaciones, las cuales parecían estar más que diseñadas en un maquiavélico plan de actuación con un ejército de matones, de pseudopolicías (aunque me duela decirlo) que no representan a todos los Mossos y de pseudoperiodistas con brazaletes naranjas -intentando filmar cualquier posible reacción violenta por nuestra parte-. Toda una encerrona orquestada.
En todo este ambiente de degeneración y violencia resaltó, sin embargo, la gallardía del dueño de un hotel, que nos invitó a refugiarnos en su negocio, y de un hombre de color, con cámara en ristre, que se ofreció a dar información sobre puntos seguros y a poner a disposición judicial todas las imágenes que iba filmando.