Salvador Sostres

La independencia y el cuartelillo

Salvador Sostres

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Los partidos secesionistas dicen no ponerse de acuerdo con la hoja de ruta, o el método, para materializar la independencia. Pero no es cierto. No es un problema de método. El problema es la independencia y que ha llegado la hora de pagar el precio.

Un amigo de mis padres me explica siempre que cuando eran jóvenes, si antes de empezar la noche no estaba claro quién pagaba, acababan todos en comisaría.

Con los independentistas sucede un poco lo mismo, y después de toda una noche de champán y compañía, el local está a punto de cerrar y no les alcanza para satisfacer la tarifa. Convergència y Esquerra saben que no tienen el apoyo internacional, ni el respaldo electoral, ni fuerza política para plantear una separación unilateral sin hacer el ridículo y acabar en el cuartelillo; y por su parte la CUP, quiere precisamente armar jaleo y acabar en el cuartelillo porque ésta es su estética, ésta es su ética y ni les importa ni jamás les ha importado -basta con verles- hacer el ridículo.

Ni en una sola de las elecciones celebradas en Cataluña desde que de inició el llamado «proceso» han conseguido los partidos independentistas alcanzar el 50 por ciento de los sufragios; la articulación política del movimiento ha sido lastimosa, y la inspiración intelectual de una indigencia sólo comparable en bajeza a la deriva fascistoide que ha culminado en episodios tan lamentables como el ataque a la propiedad de Albert y Dolors Boadella en Jafre, o el sectarismo «parcheamarillista» de los medios de comunicación públicos controlados por la Generalitat.

No es un tecnicismo, ni una cuestión de modelo o de protocolo. Es la tan prometida independencia, que ahora se dan cuenta de que, tal como la plantearon, es imposible; es un mundo teórico, trufado de columnistas infames, que se les desparrama; son los amigos de mis padres esperando turno en el cuartelillo las noches en que no se sabía quién pagaba.

Ni siquiera es cuestión de fuerza física, que por supuesto tampoco la tiene Cataluña. Lo que falla es previo. Es la fuerza moral, el sacrificio personal de los que tantos sacrificios exigen a los demás, la cordura de una sociedad dispersa, sin vínculos, socialdemócrata de espíritu y mucho más acostumbrada a los derechos que a los deberes.

Lo que a Cataluña le falla, y le ha fallado siempre, es la virilidad de afrontar los retos para ganarlos, aunque puedan perderse; en lugar de ese terrible gusto por el folklore patriótico de banderolas y demostraciones tan propio de los cínicos que juegan a hacer negocio con las necesidades colectivas, porque saben que si algún día se resolvieran, quedaría al desnudo su patanería, y tendrían que pedir caridad por las esquinas.

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