Salvador Sostres - TODO IRÁ BIEN
Imagínatelo como quieras
Como siempre que la derecha flaquea o intenta compadrear con los delincuentes, en lugar de reprimirles, detenerles y escarmentarles; el desorden y la impunidad se han apoderado de Barcelona y ayer los okupas pudieron permitirse el lujo de reírse de los Mossos d'Esquadra en Twitter.
Anunciaron que habían vuelto a entrar en el llamado Banco Expropiado y los Mossos reaccionaron al anuncio acudiendo al barrio de Gracia sin saber si la información era cierta, y estuvieron tres o cuatro horas a merced de las chanzas y las provocaciones de los vándalos, y exponiéndose a quedar como unos idiotas si entraban en el local y no había nadie.
Es tal la dejadez política del independentismo —que fue el primer populismo—, es tal el poco sentido de Estado de los que dicen que quieren construir uno nuevo, que la racaille ya ni tiene que pagar el precio de enfrentarse cuerpo a cuerpo con los antidisturbios y puede tranquilamente reírse de ellos viendo la final femenina del Roland Garros, cómodamente espachurrada en el sofá.
Entre el alquiler que Trias pagaba a los okupas y sus burlas de ayer en las redes sociales, está la penosa idea de que la autoridad es una suerte de fascismo, y este uso vergonzante —y finalmente cobarde— que la socialdemocracia hace de las fuerzas del orden público.
El populismo, además de pobreza y totalitarismo, conlleva la destrucción moral de las sociedades que lo sufren, y un país en que cuatro desgraciados pueden cachondearse impunemente y por escrito de la Policía, es un país deshecho, invertebrado y que más temprano que tarde comprobará que el mayor enemigo de la libertad es el caos.
Barcelona es hoy una ciudad en que la Policía tiene más miedo de las consecuencias de hacer bien su trabajo que el miedo que tienen los delincuentes de la Policía; que es lo mismo que pasa con el gobierno de la Generalitat, que está más pendiente de contentar a los antisistema para insistir en la falacia de que existe una mayoría independentista, que de servir con lealtad y con rigor a los catalanes.
Hace algunos años pude preguntarle al exalcalde Giuliani cómo había podido llevarse de Nueva York a los dos o tres mil delincuentes que le provocaban aquella terrible inseguridad.
—No me los llevé —me corrigió—, los eliminé.
—¿Cómo?
—Imagínatelo como quieras.