Horrach, el valor de un fiscal honesto
El representante del Ministerio Público en el caso Nóos ha defendido siempre las posiciones en las que creía, con independencia de las críticas que pudiera recibir por ello
Si existiera una especie de «libro Guinness de los récords» de carácter judicial, seguro que el caso Nóos contaría con varias entradas en ese volumen, al menos en su edición de 2016. En ese hipotético libro aparecerían, por ejemplo, las veces en que el fiscal Anticorrupción, Pedro Horrach , y el juez instructor de la causa, José Castro, expresaron públicamente sus desavenencias, que no fueron pocas, o las ocasiones en que la presidenta del tribunal, Samantha Romero, reprendió a las acusaciones y a las defensas a lo largo del juicio, con una media de cuatro o cinco amonestaciones por sesión . Ni siquiera en el fútbol los centrales más duros suelen recibir tantas amonestaciones por parte de los árbitros.
Tampoco faltarían en ese «Guinness» específico, muy probablemente, el total de citas utilizadas en el tramo final de la vista oral, con la presencia de Émile Zola, Richard Nixon, Marco Tulio Cicerón, Roberto Iniesta, Parménides, Antonio Machado, James Stewart, Groucho Marx, Joan Manuel Serrat, William Shakespeare o Albert Einstein. Seguramente, ni en ningún otro juicio ni en las sesiones más relevantes del Congreso o del Senado se ha parafraseado o se ha citado tan bien como en el caso Nóos. Ni siquiera cuando hace tres años Mariano Rajoy citó de manera reiterada, hasta en nueve ocasiones, a Alfredo Pérez Rubalcaba en uno de sus más recordados —y citados— discursos.
En el caso de Horrach, la cita elegida por el fiscal en su alegato final fue un fragmento del célebre texto «Yo acuso», de Émile Zola, en el que el reconocido novelista francés denunciaba que el capitán Alfred Dreyfus había sido condenado sin pruebas y de manera injusta. Parafraseando un párrafo concreto dedicado sólo a Dreyfus, Horrach señaló: «¡Cuánta vaciedad! Cristina de Borbón es Infanta de España: crimen. Es licenciada en Ciencias Políticas y trabaja en La Caixa: crimen. En los registros domiciliarios no se hallan papeles comprometedores : crimen. En una ocasión visitó la sede del Instituto Nóos para recoger a su marido: crimen. Constituyó una sociedad junto a su cónyuge: crimen. Ni un solo testigo habla en su contra: crimen. No se turba ante las preguntas del instructor: crimen. Todo crimen. Siempre crimen».
Con ese valiente alegato final, Horrach se ganó unos cuantos denuestos más en las redes sociales, que este miércoles se han vuelto a reproducir con un renovado ímpetu, después de saberse que abandonará en breve Anticorrupción para abrir un bufete y ejercer ya sólo como abogado. Los comentarios más recurrentes han vuelto a ser, con la mesura, el respeto y la ecuanimidad habituales en las redes, que Horrach habría sido el «abogado defensor» de la Infanta, que será «recompensado» por los supuestos «servicios prestados» o que en cualquier caso no habría sido un buen fiscal.
En el excelente artículo titulado «A mí no me la dan con queso», publicado hace ya algunos meses, Javier Marías señalaba que «a veces da la impresión de que lo último a lo que el español medio está dispuesto es a admirar. Qué digo, ni siquiera a aprobar. Qué digo, ni siquiera a otorgarle a nadie el beneficio de la duda . Como si la mayor desgracia que pudiera ocurrirle es que alguien se la diera con queso y destacara. Pero para eso está él con su resabio, para evitarlo; para tocar el pito y agitar la porra».
Teniendo en cuenta las correctas reflexiones de Marías, intentemos al menos nosotros otorgar el beneficio de la duda a quienes, en principio, no parecen especialmente proclives a intentar utilizarlo a su vez con los demás. Así, deberíamos quizás conceder que quienes más acerbamente critican hoy al fiscal no lo hacen necesariamente desde el desconocimiento de los pormenores concretos del caso . Incluso es más que posible que dichos críticos sepan que fue Horrach quien, junto con Castro, impulsó el caso Nóos , o que al inicio de la investigación no descartaba ninguna posibilidad, incluida la de la posible imputación de la Infanta.
Deberíamos quizás conceder también que esos mismos críticos conocen bien que en ningún momento ha defendido Horrach que la Infanta fuera inocente, pues la consideraba presunta «responsable civil a título lucrativo» de determinados gastos de Aizoon, la mercantil cuya titularidad compartía con su marido. Horrach argumentaba que por ello debía abonar una fianza de 587.413 euros, que fue ingresada en su momento. En cambio, Horrach , a diferencia de Castro, consideraba que Doña Cristina no había cometido el presunto delito de colaboradora necesaria en los dos supuestos delitos fiscales cometidos por su esposo en 2007 y 2008. A pesar de la rotundidad y la contundencia de algunos comentarios, estoy casi seguro de que esos mismos críticos de Horrach conocen bien la sutil diferencia que a veces puede haber entre una irregularidad de carácter fiscal y un delito.
Deberíamos quizás conceder también que esos mismos críticos saben además que Horrach participó en estos últimos años en algunas de las principales investigaciones vinculadas a casos de corrupción política en Baleares . O que saben, como anécdota, que Castro y Horrach a menudo van a trabajar en bicicleta y en autobús, respectivamente. Estoy casi seguro de que efectivamente lo saben.
Deberíamos quizás conceder también, por último, que esos mismos críticos saben que los periodistas que hemos seguido el caso Nóos desde sus inicios, hace ya casi seis años , sólo coincidimos tal vez en una única cosa, en creer sin fisuras en la honestidad y en la rectitud de Castro y de Horrach, pero no sólo en el caso Nóos, sino también a lo largo de toda la trayectoria profesional de ambos. ¿Por qué entonces esa insistencia en las redes en atacar a Horrach? Marías nos dio ya un poco la clave de todo ello en el artículo mencionado .
Quizás las cosas nos irían a veces un poco mejor si en lugar de estar siempre con la porra en la mano —metafóricamente hablando, claro— hiciéramos en ocasiones algo más de caso a aquel viejo proverbio griego que, adelantándose al gran René Descartes , decía que «el que nada duda, nada sabe».
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