Fuera ilusiones

El principal problema es que Podemos era inevitable en vista de que también lo era no aliarse al PP

Pedro Sánchez y Pablo Iglesias REUTERS

Álvaro Delgado-Gal

En la entrevista publicada por el Corriere della Sera el pasado miércoles, Pedro Sánchez deja negro sobre blanco algunos puntos que hasta ahora se consideraban litigiosos. En esencia, hemos sabido que el PSOE nunca gobernará con la derecha. Me temo que, aquí, «gobernar» ha de entenderse en sentido amplio: el partido socialista no asumirá públicamente una política consensuada con el PP. Ello no quita, cierto, para que se adopten acuerdos puntuales sobre tal o cual punto. Ni impide que el PSOE no reciba con condescendencia la adhesión del PP a unos presupuestos confeccionados sin su participación. Pero lo que pomposa, y falazmente, se ha denominado «Pacto de reconstrucción», no pasa de ser un trampantojo, tolerado fugazmente por Sánchez como un reclamo que se había hecho popular en la prensa. El principal problema, en consecuencia, no es que a Sánchez se le haya ido la mano asociándose a Podemos en un instante en que el partido morado era el que más cerca le quedaba para construir una mayoría parlamentaria. El principal problema es que Podemos era inevitable en vista de que también lo era no aliarse al PP. «Fíjese en lo que le sucedió al Pasok tras formar un gobierno de coalición con la derecha, en un momento en que Grecia pedía medidas sociales: faltó poco para que se extinguiera» recuerda el presidente en la entrevista. Lo último no es verdad, dicho sea de paso.

Pero comprendemos el mensaje. ¿Por qué no cerró Sánchez un acuerdo con Podemos antes de las elecciones del 10N? Probablemente, porque confiaba en mejorar sus resultados anteriores y gobernar desde una posición claramente dominante, bien en alianza con la extrema izquierda, bien buscando apoyos ocasionales aquí y allá. Pero con la derecha siempre excluida. Todo esto responde bien a lo que Sánchez ha hecho desde que es secretario general del PSOE. En las elecciones de 2015, con Sánchez como candidato socialista, Podemos estuvo a punto de empatar con el PSOE. «O nos radicalizamos, o, a la siguiente, quedamos por debajo», debió de pensar Sánchez. Y comenzó la fiesta.

Sánchez nos suministra otros datos interesantes. El partido ecologista, ha afirmado, somos nosotros. Y también el partido feminista. Más claro, agua. Sánchez ha decidido mimetizar las causas podemitas, aunque con una desviación decisiva. Mientras que Iglesias junta reivindicaciones sectoriales con el propósito de ganar el poder y suprimir la democracia, Sánchez persigue solo lo primero, sin meterse en aventuras a gran escala. No hay un proyecto en Sánchez: solo la voluntad de sobrevivir, robándole de paso la merienda a la extrema izquierda. Conviene proyectar todas estas piruetas sobre un fondo más vasto: el de la liquidación de la socialdemocracia. La corrección a la baja del Estado Benefactor, fruto de la inversión de la pirámide poblacional y de los límites funcionales de la redistribución, ha dejado a la izquierda posterior a la Segunda Guerra Mundial sin un plan.

Para el maximizador de votos, la salida menos problemática consiste en segmentar el sufragio, apurar los diversos caladeros, y juntarlo todo tirando de retórica progresista. Es lo que hizo Obama en los USA, con resultados que a medio o largo plazo pueden ser fatales. Lo que tienen ahora los americanos es a Trump de un lado, y no se sabe qué del otro, en medio de un desbarajuste nacional de dimensiones terroríficas. Nosotros sufrimos también nuestro propio, terrorífico, desbarajuste, independentistas mediante.

No vamos a sacar nada en limpio durante mucho tiempo. Lo más extenuante de todo, si me permiten ustedes un desahogo, es la mentira. Partir de un programa genuino que se rectifica parcialmente para sumar nuevos aliados, es una cosa. Renunciar a un programa porque el único real es mantenerse en el poder, otra muy distinta. Hemos ingresado en la política profesional… en el sentido más sórdido de la palabra.

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