Análisis
Franco, ni quita ni da
Hoy, el traslado de Franco ya no es la coartada ideológica diseñada para multiplicar sus escaños
En periodismo suele decirse que la actualidad discurre de modo tan vertiginoso que hoy es ya ayer . Y Franco, tanto en sentido real como figurado, es ayer. Pedro Sánchez ha cumplido su objetivo de pasar a la historia de nuestra democracia como el presidente que exhumó los restos de todo un régimen como tributo a quienes lucharon contra él o murieron por ello. Si el ánimo que le guiaba 44 años después era una suerte de justicia universal post-mortem, o sencillamente el revanchismo ideológico, eso ya importa menos. Hecho está. Misión cumplida para festejo de unos, indiferencia de otros —muchos por cierto—, e indignación de pocos.
No obstante, es innegable la utilización que ha hecho Sánchez de la figura de Franco desde el mismo instante en que anunció su decisión de exhumarlo como primera medida de su gestión. Sánchez invocaba a Franco como el hito histórico de una reconciliación pendiente, pero a la vez lo transformaba en una herramienta de movilización ideológica para liderar la izquierda sin incómodos vecinos de viaje. Sánchez aludía a Franco como una deuda de la democracia con la que cerrar su propio círculo de convivencia, pero a la vez lo transformaba en un factor generador de tensión y división social. Sánchez se aferraba a Franco como una anomalía histórica que ningún otro gobierno se atrevió a corregir antes, pero a la vez lo convertía en icono de una baza puramente electoralista.
Pero Sánchez no calculó bien la enorme distancia que separaba una decisión política poco madurada de su materialización jurídico-legal . Y a su Gobierno le tocó improvisar, presionar, sudar e imponer hasta conseguir introducir el féretro en un helicóptero. La consecuencia es que su anuncio sorpresa de hace año y medio y su valor electoral aparentemente han dejado de surtir efecto . El PSOE amortizó demasiado pronto la baza de trasladar a Franco, porque ni siquiera fue prevista en la ley de memoria histórica. Hoy ya no es la coartada ideológica diseñada para multiplicar sus escaños, según la unanimidad de los sondeos. Ha dejado de ser, si alguna vez lo fue, el artefacto político aglutinador de una izquierda fracturada para beneficio exclusivo del PSOE.
Ayer Franco entró en campaña cuatro décadas después de morir. Es un dato difícil de contradecir. Pero es muy probable que para el PSOE lo haga tarde y mal. De hecho, si llega a influir en las urnas será a priori de modo residual. Sánchez lo amortizó demasiado pronto porque nunca midió ni la resistencia de la familia Franco, ni los tiempos administrativos y judiciales con los que funciona nuestra democracia. Hoy, el reparto de culpas entre el PSOE y Podemos por la fallida investidura de Sánchez, la persistente amenaza de un bloqueo institucional, la amenaza de la crisis económica que asoma, o los riesgos de la italianización de nuestro Parlamento influyen más en el votante que una exhumación-mitin. Las emociones a menudo influyen en el voto, pero el bolsillo lo alerta y lo previene. De hecho, ningún sondeo ha mejorado las expectativas electorales del PSOE después de que el Tribunal Supremo avalase la exhumación, hace ya casi tres semanas. Y nadie pronostica para Sánchez los 140 escaños que presumía el PSOE en septiembre.
El mal menor para Sánchez sería, sin embargo, el efecto rebote que podría permitir a Vox sumar algún escaño aislado más en perjuicio del PP o Ciudadanos. Pero incluso eso queda en duda. Vox mantiene un electorado más leal, fiel y comprometido de lo que sociológicamente se le atribuía cuando Sánchez convocó elecciones. No se intuye una fuga de votantes hacia el PP, ni siquiera como única alternativa plausible de voto útil frente a otro Gobierno de Sánchez. El partido de Abascal amplía más su base de sufragio gracias al desmoronamiento institucional de Cataluña que a sus querencias por el franquismo. Cultiva la vitola de «extrema derecha» y eso le favorece en la demoscopia. Por eso Franco no resultará un factor tan novedoso en las expectativas de Vox como para añadirle más escaños a los que ya suma. También para Vox Franco debe quedar rentabilizado porque ya venía de serie en la marca.
Queda por resolver la variable del odio fratricida en la izquierda. Salvo que pretendiese asumir el riesgo de ser un acólito irrelevante del PSOE y quedar sin discurso propio, Pablo Iglesias solo tenía una opción: defender la exhumación de Franco, pero solo después de las elecciones porque se había diseñado como un argumento ventajista de la propaganda socialista. Y no le falta razón. Pero la metástasis de Podemos no se cura en el Valle de los Caídos... Más parece que Franco ni dará ni quitará.