Salvador Sostres
Estos chicos de la CUP
El referente de la CUP fue la izquierda abertzale pero se han vuelto incluso más brutos que ellos. Como dice un destacado líder de Esquerra, «ahora que Otegui se ha vuelto socialdemócrata, la CUP se ha hecho de La Polla Records». De hecho, tanto Arnaldo Otegui como Pernando Barrena intentaron convencerles de que invistieran a Mas y posteriormente de que aprobaran los presupuestos.
En el inevitable paralelismo vasco es significativo constatar que si el PNV se ha recuperado de su fiebre independentista es porque nunca quiso pactar con Batasuna ni con sus degeneraciones, y huyó sin complejos del lío de Lizarra en el que Ibarretxe le metió; mientras que los convergentes insisten en desangrarse yendo de lo que no son para obtener el apoyo de «estos chicos de la CUP» -que es como con un paternalismo muy mal entendido les llaman- tal como hace dos años rompieron la exitosa CiU para compartir candidatura con Esquerra. Desde 2010 hasta hoy han perdido la mitad de sus diputados.
Por lo tanto, siempre que la izquierda prebélica tiene algún protagonismo en la vida pública catalana, el principal foco de infección hay que buscarlo en estos burgueses sentimentales que a pesar de las dramáticas lecciones que han tenido que aprender de la Historia, todavía fantasean con que «estos chicos» son más independentistas que anticapitalistas y violentos, y de tal ensoñación sólo logran despertar justo antes de acabar yaciendo en las cunetas, físicas o morales.
Como continuación de la brutalidad innata de la CUP, de su intelectualidad desarticulada y de su retórica de agitación callejera, está la estrategia de buscar la confrontación con el gobierno de la Generalitat para tener la excusa de no votar los presupuestos. Aunque hasta a Otegui le parezca un despropósito, ahora que tiene el cinismo de ir de Mandela -como si para empatar con los héroes bastara con compararse con ellos-, Anna Gabriel y compañía se sienten mucho más cómodos en el follón que en el pacto, en la desobediencia gratuita que en el compromiso fértil con cualquier idea, que siempre implica un precio; y por eso acusan a Puigdemont de «colaboracionista» con el Estado tras las últimas detenciones de sus pirómanos, como si se fuera a alguna parte quemando fotos del Rey, y como si los Mossos pudieran hacer otra cosa que obedecer la Ley.
No se puede ni matizar que la CUP sea un cáncer y una vergüenza para la política catalana . Pero si «estos chicos» pudieron entrarnos es porque alguien les invitó a pasar.
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