«Estamos en shock; sus hermanos las adoraban»
El asesinato de las dos hermanas ha conmocionado al barrio de Sant Pere Nord donde reside y trabaja el padre de las víctimas, que apenas puede hablar
En el barrio de Sant Pere Nord (Tarrasa, Barcelona), donde está el domicilio de la familia Abbas , nadie parece conocer demasiado bien a las jóvenes Aaroj y Anissa, de 24 y 21 años, asesinadas en Pakistán por no querer continuar sumidas en un matrimonio forzado con sus primos. O no quieren conocerlas. Y eso que la zona está llena de locutorios, tiendas de alimentación y kebabs en manos de pakistaníes, indios y marroquíes. El brutal crimen, cometido presuntamente por sus parientes más cercanos, causa estupor y miedo. Estupor por el trágico desenlace, y miedo porque el estigma acabe condenando también moralmente a toda la comunidad.
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La tienda de alimentación donde trabaja el padre de las chicas, Ghulam Abbas, se ha convertido en lugar de peregrinaje de la prensa, aunque él ha tratado, a toda costa, de esquivar a los medios que se agolpan incluso a la puerta de su casa. Mientras, su jefe, se ha convertido en su improvisado portavoz. «Desde el viernes que se enteró de la noticia no puede hablar. Ayer lo llamé por teléfono para que viniera y no estuviera solo, para que respondiera a los medios. Pero está en shock, se ríe y a los pocos minutos se pone a llorar», lamenta Tali Raja, también paquistaní. No es para menos, reconoce, ha perdido a cuatro hijos de repente: sus dos hijas están muertas y sus dos hijos detenidos. Además, su primogénito murió ahogado hace años, por lo que solo queda a su lado su sexto hijo, de unos 13 años.
«El padre tenía miedo de que lo que ha pasado allí ocurriera aquí, por eso las dejó libres, que hicieran su vida»
Independientes
Padres e hijas no tenían relación, desde hacía meses, relata Raja. «Su padre tenía miedo de que lo que ha pasado allí en Pakistán pudiera pasar aquí, por eso las dejó libres, que hicieran su vida. De hecho las dos vivían de forma independiente, no en el hogar familiar. Estaban las dos casadas en Pakistán, pero aquí salían con otros chicos paquistaníes».
Según él, la mayor Uruj, ya estaba casada cuando llegó a España, hace tres años. Y la pequeña contrajo matrimonio tras cumplir los 18. «Mira la foto de su boda, ¿crees que no es de alguien que está contenta?» , espeta el dueño del local, como si quisiera desmentir que fue un matrimonio a la fuerza, mientras muestra una foto de las chicas. «Yo le gastaba bromas sobre su enlace, le decía que no me invitó y me dijo que todo fue muy rápido, que su abuelo iba a morir y tenía la ilusión de verla casada». Además, describe a Ghulam Abbas como una persona extremadamente trabajadora, de esas que siempre pide quedarse más horas para poder sacar algo más de dinero.
Tali Raja no se explica qué pudo pasar en Pakistán para que una bronca familiar acabase en asesinato. «Ellos amaban a sus hermanas, eran muy protectores. Les compraban todo lo que querían, porque su padre es un poco tacaño», prosigue Raj, mientras muestra en su móvil imágenes de dos jóvenes de pelo largo de vacaciones en Pakistán.
«Ellos eran muy tímidos, yo les animaba a ir a la discoteca, a salir, pero pese a tener más de veinte años ni fumaban, ni bebían ni estaban con mujeres. Solo les gustaba el gimnasio y el voleibol». De la madre, dice, no sabe nada. Tampoco se relacionaba con la comunidad de mujeres paquistaníes de la zona, muy activa.
Si horas antes estas mujeres musulmanas condenaban rotundamente este «crimen machista», Tali Raj confiesa que en Pakistán, donde son muy comunes los matrimonios concertados entre familiares –«yo lo veo bien así no hay problemas de padres que se quedan solos», sostiene–, las opiniones son menos unánimes: «La verdad es que en mi país hay algunos que dicen que el hermano hizo bien, otros lo condenan». Allí lo llaman ‘crimen de honor’, cuando estamos en pleno siglo XXI.