Manuel Marín
Espejismos en Ciudadanos
La lucha interna en Ciudadanos no está en cuestionar su liderazgo, sino en superar la percepción de que ha tocado techo
El movimiento crítico en Ciudadanos ha demostrado ser más un espejismo mediático que la secuencia real de un proceso convincente de discusión del liderazgo y sucesión de Albert Rivera. En algún momento Ciudadanos tendrá que replantearse si le rentan los efectos del personalismo y protagonismo que encarna Rivera como alma único del partido. Pero si algo inquieta ahora a su entorno no es el «fraude ideológico» que invoca Carolina Punset, sino su afianzamiento como proyecto político con vocación nacional y no como una sucursal madrileña de un partido catalán que encontró un espacio útil entre los defectos de PP y PSOE.
La lucha interna en Ciudadanos, muy minoritaria por más que exageren los críticos, no está en cuestionar su liderazgo, sino en superar la percepción de que ha tocado techo en España después de dos elecciones generales, gracias a un votante del PP defraudado que poco a poco parece volver al redil de la derecha clásica. Ciudadanos es, y de momento seguirá siendo, la bisagra pragmática y responsable de nuestro actual universo político, y mantendrá vigente esa condición en la convicción de que el «centro templado» es el futuro de una España que mayoritariamente no está radicalizada.
Sin embargo, los resultados de Ciudadanos en Galicia y el País Vasco, y la reducción de escaños en las generales de junio, demuestran que el riesgo de estancamiento es más que una premonición. Es una tendencia que no debe ser atribuida ni al agotamiento de la figura de Rivera, porque no lo está, ni a esa supuesta traición a los principios socialdemócratas del que le acusa Punset. Más bien, se debe a la percepción de que sigue siendo de facto un partido catalán con la pretensión de extender sus redes de influencia e implantación con un discurso sólido contra el nacionalismo, pero sin expectativa real de gobierno en ningún gran ayuntamiento, en ninguna autonomía y, menos aún, en la nación.
El problema de Rivera, al contrario que el de Pablo Iglesias o el de la gestora del PSOE, no es orgánico, sino táctico y emocional. Las dotes persuasivas y la elocuencia de Rivera ya no son un patrimonio que cotiza al alza. El efecto de esas virtudes ya se ha contrastado en las urnas con consecuencias muy por debajo de las expectativas reales creadas en Ciudadanos. Toca dejar las ínfulas en reposo. Hoy, a Rivera le basta con reafirmar el proyecto, asentarlo con más humildad de la que demostró cuando emergió, y cultivar ese perfil de partido pragmático que, como prometió en su día, siempre impedirá que el populismo extremista de izquierdas llegue a gobernar en España.