España en tres preguntas

Rajoy y el PP están hartos de la chulería populista de Ciudadanos y de sus chantajes de quinqui de extrarradio

Mariano Rajoy, presidente del Gobierno EFE
Salvador Sostres

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España depende hoy tres preguntas fundamentales. ¿Está dispuesto Rajoy a perder Madrid para impedir que Ciudadanos vuelva a chulearle? ¿Está dispuesto el PNV a sacrificar los Presupuestos Generales del Estado para ayudar a sus amigos los independentistas catalanes? ¿Está dispuesta Esquerra a desafiar a Puigdemont para evitar la repetición electoral?

Rajoy y el PP están hartos de la «chulería populista» de Ciudadanos , y de sus «chantajes de quinqui de extrarradio», pero no sacrificarán el gobierno de la Comunidad y esperan que sean personas del entorno de Cifuentes -algunos de los 500 empleados que dependen de que los populares conserven la presidencia- las que le hagan ver que no le queda otra que renunciar. Sus asesores se hacen los resistentes en público, pero en privado hablan ya de los posibles sustitutos.

Por su parte, al PNV le perjudica votar los presupuestos, con la la aplicación en vigor del artículo 155, en su rivalidad con Bildu por el votante más abertzale. Pero ven con estupor la llegada de Ciudadanos al poder -con su discurso recentralizador y contrario al Concierto- y no quieren forzar un final abrupto de la legislatura. El PNV defiende unos presupuestos que le interesan, una estabilidad que le conviene y una cierta idea del orden para que no se imponga el caos . Es lo que solía hacer Convergència, hasta que se echó al monte y ahí sigue, coqueteando con la extinción. Por lo tanto, tapándose la nariz o como sea, el PNV favorecerá la aprobación de los presupuestos.

El complejo de ERC

En Esquerra no tienen en cambio las ideas tan claras. Cuchichean todo el día contra Puigdemont y dicen que unas nuevas elecciones serían una intolerable pérdida de tiempo y de credibilidad . Pero cuando llega el momento de tomar riesgos, el vértigo puede más que la determinación. Reclaman interlocución y diálogo y cuando se les ofrece, lo rechazan por miedo a que «los convergentes se enteren». Es la vieja historia de siempre. En 2014 se tragaron el 9 de noviembre de Mas, mientras en voz baja reconocían que era una farsa vaciada de contenido político por el expresident.

Es el mismo complejo de inferioridad que les llevó en 2015 a aceptar la candidatura conjunta de Junts pel Sí con que los convergentes les enredaron para no perder por primera vez unas elecciones al parlamento de Cataluña, jugada maestra sólo superada el pasado 21 de diciembre, cuando Puigdemont les volvió a derrotar contra todo pronóstico, fugándose sin avisar a Bruselas mientras Junqueras languidecía -y languidece- en la cárcel sin saber cómo reaccionar. El forajido basó su campaña en la mentira y en el desprecio a Esquerra (les llegó a llamar cómplices del 155) y los republicanos se limitaron a encajar los golpes sin ni siquiera intentar devolverlos, presos del complejo y del pánico al hermano mayor.

Miquel Iceta tiene razón cuando dice que ni Esquerra ni el PDECat -por mucho que amaguen con ello- se atreverán jamás a desafiar a Puigdemont. Por lo tanto, la política catalana sigue en manos de un fugado apostador e inestable, aventurero y provinciano al mismo tiempo, que encarna el sueño de los independentistas más irredentos cuando en realidad sólo busca ganar tiempo para encontrar una salida personal que, entre los jueces alemanes y el ministro Montoro, podrían estar a punto de proporcionarle.

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