Juan Fernández-Miranda
Escolta en mi ciudad
La reaparición de la figura del escolta en la política española nos retrotrae a nuestras peores pesadillas
Cuando salen a cenar con sus familias, los políticos que no piensan como Puigdemont deben avisar a la Policía. Cuando salen a pasear, es mejor que lo hagan por avenidas anchas que por calles estrechas. Y cuando van al Parlament, o a la estación de Sants, han de coger un camino distinto cada día. Esa es la «Catalunya Lliure» de Puigdemont, un país en el que el político discrepante lleva escolta en su ciudad. Un mérito más en la hoja de servicios de Puigdemont, a quien ya buscan sitio en el museo del golpismo junto a Tejero y otras figuras de la cosa.
La reaparición de la figura del escolta en la política española nos retrotrae a nuestras peores pesadillas. No es lo mismo Cataluña que el País Vasco, y en Cataluña nadie lleva pistolas. Lo sé. Pero el rechazo de la violencia no admite matices. Si los políticos de Cs, PSC y PP tienen que llevar escolta es porque existe una amenaza sobre ellos, una amenaza que tiene un responsable último.
Poca broma, Puigdemont, porque es usted quien ha conducido a Cataluña a una ensoñación y la realidad es tozuda. En su revolución de las sonrisas campa ya a sus anchas la intolerancia. La frustración que usted genera es el germen de una violencia que ojalá no llegue nunca. En su «Catalunya» ya se extienden las sombras.