Salvador Sostres

El entierro de Mas

Si alguna lección va a dejarnos el congreso de Convergència es que los muertos no cuentan

Puigdemont y Mas, en el congreso de Convergència EFE

SALVADOR SOSTRES

Mas creyó como los sindicalistas que tras su renuncia a la presidencia de la Generalitat tenía «derechos adquiridos» para hacer lo que le diera la gana en el congreso de defunción y resurrección de Convergència. Mas lleva creyendo desde que se dejó cortar la cabeza por la CUP que merece por su gesto toda clase de recompensas, pero entre el viernes y ayer su propia militancia le hizo ver que la nostalgia no sirve para construir el futuro y que los cadáveres no van a los restaurantes.

Todo lo que ha tocado Mas lo ha convertido en catástrofe: con él, Convergència pasó por primera vez a la oposición, y hasta en dos ocasiones. Luego intentó parecerse a ERC, y Esquerra, sin tener que hacer ningún esfuerzo especial, superó a CDC por primera vez desde la recuperación de la democracia. Y cuando parecía que las cosas no podían ir peor, creyó que controlaba a la CUP y la CUP le decapitó.

El penúltimo destrozo de quien tal vez sea el tipo más gafe de la historia de España, y no es una competición con pocos concursantes, ha sido tener que dar sepultura a su propio partido y ver cómo en la fundación de su sustituto está sufriendo el mismo infortunio: la militancia se ha rebotado contra el nombre, contra la designación de los presidentes comarcales, y contra el sistema de control financiero. Como un espectro que recorre el castillo que ya han comprado unos nuevos propietarios, Mas lleva dos días vagando por el congreso de la nueva Convergència sin que nadie le haga caso.

El espectáculo que el expresidente de la Generalitat está protagonizando este fin de semana no sólo es el de un fantasma que intenta inútilmente regresar a la vida que él mismo entregó, sino el de quien reclama a los demás lo que él no está dispuesto a ofrecer.

Quien tanta democracia exige a España, para que se salte todas las leyes y convoque un referendo secesionista en Cataluña, ha tratado de plantear del modo más opaco y autoritario su congreso, con una actitud dictatorial y prescindiendo en todo momento de la opinión de la militancia, tratando de imponer sus preceptos y a su tropa por encima de cualquier otra consideración. Si el que tanto predica la «democracia radical» forzó el año pasado a ERC a que no se presentara a las elecciones autonómicas del 27 de septiembre, para confeccionar aquella ridícula y perdedora candidatura conjunta de Junts pel Sí con el único propósito de que Junqueras no le derrotara; ayer intentaba retrasar las votaciones importantes hasta altas horas de la madrugada para que sólo «resistieran» en el congreso los fieles al aparato. Hasta Pinochet se marchó, tras convocar «su» referendo y perderlo. En cambio, Mas el demócrata, lleva años reventando todas las costuras de la democracia. En este sentido, los aparatosos reveses que está sufriendo este fin de semana tienen mucho más que ver con un rechazo a sus maneras que con una discrepancia ideológica de fondo.

Si alguna lección va a dejarnos el congreso de Convergència es que los muertos no cuentan, por mucho que brindemos por ellos y les llevemos flores al cementerio.

Pero más allá de los matices y las rencillas en que se ha perdido el debate de fundación del nuevo partido, está que Mas no sólo es un fantasma en CDC sino que también lo es en el Govern. A media tarde de ayer –por ejemplo– lograba imponer su tesis de descartar la Declaración Unilateral de Independencia (DUI), para diferenciarse de la CUP, a la que quiere humillar como venganza por haberle traicionado, mientras que el presidente Carles Puigdemont está negociando con los antisistema el apoyo a la cuestión de confianza que tiene que superar en septiembre, con una radicalizada hoja de ruta que incluye esta declaración unilateral.

Con un nombre o con otro, Convergència continuará viva y exactamente igual que siempre, y su cúpula dirigente, a nadie habrá conseguido engañar con este simulacro de muerte súbita y resurrección todavía más precipitada. Si hasta Jesucristo tardó tres días en regresar, ¿quién podría creer a estos trileros de minuto y medio?

El único entierro al que el viernes y ayer asistimos fue al de Mas, a pesar de que en su soledad y en su resentimiento, todavía no se ha enterado ni de que está muerto ni de que ya empieza, con estos calores, a oler a cadáver.

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