Análisis
Encuestas mutantes
En el plazo de pocos días, Puigdemont y su estrafalaria campaña desde Bruselas bufanda amarilla en ristre, han recuperado buena parte del crédito perdido. En cuestión de días, casi de horas… No es creíble
El objetivo de las encuestas es pulsar el sentir de la opinión pública ante un proceso electoral y pronosticar las distintas corrientes de voto. En cambio, su virtualidad radica en generar estados de opinión basados en una «cocina» a menudo sobreactuada y manejada en virtud de criterios de simpatía y oportunidad. La elaboración de sondeos a medida, unidos a la novedosa técnica de invención y difusión de noticias falsas tenidas como ciertas a través de unas redes sociales acríticas en las que todo se descuartiza, han dado al traste con el prestigio de no pocos pronósticos electorales. Ya ni siquiera las clásicas israelitas a pie de urna dan con la tecla.
Hace apenas tres semanas, ERC iba a ganar de calle las elecciones catalanas mientras la marca del PDECat se hundía hasta quedar relegada a una fuerza residual. La duda no estaba en quién presidiría la Generalitat –sería ERC, lógicamente–, sino quién apoyaría la investidura de Junqueras o de Marta Rovira. Sin embargo, en el plazo de pocos días, Puigdemont y su estrafalaria campaña desde Bruselas bufanda amarilla en ristre, han recuperado buena parte del crédito perdido. En cuestión de días, casi de horas… No es creíble. O no estaba agonizando o no es el nuevo héroe de la Cataluña irredenta.
Lo mismo ha ocurrido con Cs. Su pretendido –y probable– crecimiento exponencial a costa del PP en Cataluña ya ha convertido a Arrimadas en presidenta de la Generalitat de manera un tanto prematura. Primero, porque no está acreditado que si el PSC queda por debajo de Ciudadanos, Iceta vaya a avalar a Arrimadas en una hipotética investidura de mayoría constitucionalista. Y segundo, porque aunque ha habido encuestas que sitúan al «constitucionalismo» al punto de lograr el poder con un candidato ignoto, también hay otras en las que la mayoría independentista será nítida. Al menos en escaños, aunque no lo sea en votos. Disparidad absoluta.
El crecimiento atribuido al PSC es unánime en las encuestas, aunque difícilmente dejará de ser el cuarto partido en liza. Lograr menos escaños que en los últimos comicios es tarea difícil. Su crecimiento parece razonable en la medida en que Iceta se muestra tan crítico con el separatismo como con el 155, y ha sabido aglutinar en torno a su opción política a las cenizas de Unió. Pronto Iceta fabricó a través de los sondeos una suerte de Gobierno «Borgen», aprovechando el teórico bloqueo que los separatistas se harían entre sí, y que Arrimadas y Albiol representan a «lo peor» de la derecha. Fascismo puro para una Cataluña socialdemócrata, soberanista, federalista, moderada y reformista, y mensajes porosos para una sociedad que huirá del radicalismo a izquierda y derecha.
Demasiada especulación. Por eso, del endiosamiento de Iceta a su aterrizaje en una realidad más dura solo han pasado muy pocos días en la letra pequeña de las encuestas. Probablemente sean las elecciones más complejas y abiertas vividas en Cataluña, y cualquier pronóstico resulta aventurado. Seguramente sean también las más participativas, de modo que la menor incidencia de la abstención favorecería el voto «constitucionalista»… ¿Pero nadie observa que el «bloque» constitucionalista feneció el mismo instante en que se convocaron los comicios? Sin certezas, tanto especular resulta ocioso.