Manuel Marín

Desmontando a Podemos

Manuel Marín

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Algo se revuelve en la izquierda para reducir al mínimo los efectos del fracaso de Pedro Sánchez en la investidura, para dibujar al PSOE y a Ciudadanos como víctimas inocentes de un «soviet» traidor y, sobre todo, para desmontar a Podemos si hay elecciones el 26-J. Carlos Jiménez Villarejo fue el primer fiscal anticorrupción de España y nunca se molestó en maquillar su apego a la izquierda radical. Pero se decepcionó con la socialdemocracia del «pelotazo», con aquel progresismo de moqueta, maletines y fondos reservados, y descubrió en Pablo Iglesias al nuevo redentor de la democracia. En plena jubilación, se enamoró del 15-M y se entregó a la causa.

Iglesias reclutaba nombres ilustres para adornar sus listas europeas, y Jiménez Villarejo decidió entonces poner sus apellidos al servicio de Podemos. Iglesias necesitaba con urgencia a personalidades de trayectoria creíble para esa izquierda pasada de revoluciones en los directos televisivos que carcomía a un PSOE sin pulso y en descomposición. Quería hombres-anuncio como Villarejo, que sirvieran como coartada para que su partido no fuese confundido con una asamblea de «perroflautas» sin mayor recorrido ni solvencia. Personas con visibilidad y apariencia de rigor que, además, ejercieran desde su senectud como bucólicos contadores de historias para suavizar ese punto bolchevique propio de la tomas del cielo por asalto.

Villarejo, y después Carmena, se prestaron a ser iconos de una izquierda de poso septuagenario pero rebelde, desengañada de los vicios de una democracia corrupta. Juristas de canas como cooperadores necesarios para la lucha contra la oligarquía de casta… porque con simples activistas de la «okupación» nunca iba a ser suficiente. Hoy, aquel Villarejo enamorado despotrica de Iglesias por traicionar la causa de la izquierda y actuar como «pinza del no» al PSOE. Y se desmarca de Podemos con muestras de rencor personal y desprecio intelectual. «Ya ni me contestaba los whatsapps…», se lamenta tras haber engordado a Iglesias.

Podemos se ha convertido en un partido al uso, con sus miserias, sus vicios, su cinismo y sus rencores. La izquierda intelectual, política y mediática no perdona. Y de la misma manera que contribuyó desde los platós, con un arrobo empalagoso, a levantar el andamiaje que convirtió a Pablo Iglesias en el símbolo de una repulsa callejera masiva y de un liderazgo inédito, ahora empieza a desmontarlo. Surgen indicios de destrucción del mito, aunque ya parece tarde. La sobreactuación de Iglesias en la investidura podrá pasarle factura en la calle. O no. Sin embargo, su chantaje vicepresidencial ha humillado a esa otra izquierda que siempre contempló a Podemos como un cooperador necesario del «cordón sanitario» para recuperar el poder... Pero nunca como la reina madre del proceso. La izquierda ha entrado en ebullición fraticida. Los muertos acumulados por Iglesias en su armario empiezan a aparecérsele.

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