Delgado aguanta el chaparrón de la oposición
La próxima fiscal general del Estado supera el trámite de idoneidad en el Congreso sin entrar al cuerpo a cuerpo

Diez minutos antes de la hora, Dolores Delgado cruzaba el umbral de la sala Cánovas del Congreso de los Diputados con un gran bolso a cuestas y un carpetón de papeles en que apoyarse para someterse al escrutinio de los grupos parlamentarios en su carrera hasta la Fiscalía General del Estado.
Sonriente, saludaba a todo y a todos y se dejaba fotografiar antes y después de instalarse en la mesa de comparecientes dispuesta a pasar el trago de este segundo «round» en la evaluación de su idoneidad, a sabiendas del lastre de haber sido la ministra de Justicia del actual presidente del Gobierno, de haber afrontado tres reprobaciones en el Congreso y el Senado en menos de lo que dura una Legislatura, y de haber compartido mesa, mantel y chascarrillo machista nada menos que con el comisario jubilado y en prisión provisional José Manuel Villarejo .
A las cinco en punto se hizo el silencio y tras una breve introducción de la presidenta de la Comisión de Justicia, Delgado se puso el rictus serio y entró en harina. Al principio pausada, midiendo la respiración tras cada resuello, nervios atados al manojo de folios. Después, segura. A ratos contundente, como cuando insistía en que lo de ministra no resta, sino suma méritos para Fiscal General. Más de un diputado se revolvía en su asiento al escucharlo. Porque los portavoces empezaron formales, pero según pasaban las horas hubo alguna voz más alta que otra, incluso el casi habitual rifirrafe de Vox con la Presidencia, esta vez, porque querían amonestar a Bildu y su retahíla de acusaciones de torturas en España.
Mientras le iban lloviendo los reproches -muchos, muy duros y sólo de la oposición-, Delgado permanecía impertérrita. De cuando en cuando realizaba anotaciones que clasificaba en un montoncito a su lado. A veces se llevaba a los labios la mano del lápiz, codo en la mesa, contenida. Cuando por fin tuvo la réplica, no hubo tormenta. El tono, de nuevo pausado, transmitía más que agravio, tristeza. Recuperó algo de brío al contestar a Edmundo Bal , aunque como en el resto de los casos, evitó el cuerpo a cuerpo y fue a lo técnico. Hubo sólo una concesión, y de puntillas: «El asunto al que usted ha hecho referencia» era el caso Villarejo y «determinados contenidos», su radiada conversación.
Al terminar, parecía satisfecha. Unos abrazos con antiguos compañeros de bancada y carrera al ascensor, sin pararse a los fotógrafos. Uno de los socialistas, colgado del móvil, comentaba en el pasillo: «Impecable, porque no ha entrado a nada. Puedes mandarle un whatsapp y felicitarla».