Salvador Sostres
Deconstructing Pedro
Ahora resulta que «la figura de Pedro Sánchez ha crecido durante los debates de investidura». Todo lo que sabemos decir ante un trilero que pretende hacernos creer que merece ser presidente habiendo perdido estrepitosamente las elecciones, y sin las alianzas necesarias para configurar una mayoría, es que su figura ha crecido, como si de verdad pensáramos que vamos a acertar dónde está la bolita. Es desmoralizante la facilidad con que se nos cuelan auténticas mamarrachadas en el relato de nuestra vida política.
Basta cualquier sonajero para que acudan los opinadores como las vaquillas al engaño. Si estos son los que tienen que vigilar al poder, si de su audacia depende la calidad de nuestra democracia, pronto nos parecerá una gesta poder redactar la lista del supermercado. La figura de Pedro Sánchez es la del socialista clásico que no acepta la democracia y que vendería hasta a su madre para rapiñar con argucias lo que los electores le han negado. Yo entiendo que su jefa de prensa diga que su figura ha crecido, porque para eso le pagan, pero que semejante estupidez se instale en el imaginario colectivo dice muy poco de la madurez de nuestra sociedad, de los resortes intelectuales que se supone que han de protegernos contra el abuso y la tiranía.
Que hayamos dado carta de naturalidad, y hasta de una cierta épica, a un debate de investidura que ha sido una farsa, que ha constituido el mayor y más patético intento de suplantar a la soberanía popular que hemos conocido en España desde 1981, indica que estamos moralmente arrasados y que vivimos en la penosa actitud de apurar cualquier mentira para escondernos de nuestros fundamentales deberes de ciudadanos libres, tales como la preservación de la dignidad institucional, del aseo del debate público, y de la idea que la democracia consiste en que a veces ganan los otros.
Tal como la derecha no aceptó en 1993 que Felipe González les hubiera vuelto a derrotar, y urdieron contra él una impresentable conspiración, llegando a poner en riesgo la mismísima seguridad del Estado por la vía de revelar información sensible sobre los operativos policiales dedicados a la lucha antiterrorista; hoy, PSOE y Ciudadanos, simplemente no aceptan los resultados electorales del 20 de diciembre, porque son tan arrogantes que han olvidado que son los españoles y no ellos los que están al cargo de decidir quién manda.
La figura de Pedro Sánchez no ha crecido: ha quedado en evidencia. Lo que sí ha aumentado es su muestrario de falsas pócimas crecepelo. Tampoco es cierto que Albert Rivera pronunciara «el auténtico discurso de investidura» -¡otro mantra!- ni es razonable tomarse en serio a un chico que le dice al ganador de las elecciones que no está en condiciones de ser presidente del Gobierno; y que en nombre de la regeneración democrática, de la nueva política, de la honradez y de la transparencia nos quiere encasquetar al presidente más mediocre para que no le estorbe en su carrera para llegar la próxima legislatura a La Moncloa, y es capaz de pactar con quienes no sólo nos hundieron en la crisis sino que quieren ahora derogar las reformas que nos han sacado del pozo.
No hay montante distraído o robado que pueda igualar la esencial corrupción que implica el embolado de socialistas y Ciudadanos.