Jaime González
El cuento de la buena pipa
El discurso de investidura de Pedro Sánchez marcará, sin duda, un antes y un después. Por primera vez en la historia de la democracia el candidato no acudió a la cita para ser investido presidente del Gobierno, sino para seguir aspirando a candidato. He ahí la clave: derrotado por la aritmética parlamentaria, su intervención no tenía como fin alcanzar los apoyos necesarios, sino reafirmar su propio liderazgo. Obsérvese que Pedro Sánchez no cuenta votos, sino que los moldea y esculpe tratando de llevar las matemáticas al terreno de las artes plásticas. Lástima que se ha acabado Arco.
Aseadito formalmente, el candidato desgranó esas palabras -solidaridad, bienestar, decencia, libertad, sufrimiento, pobreza, humildad, justicia, cambio, esperanza, valentía, diálogo, igualdad- que forman parte del «Diccionario Progresista». Como no suma, se puso bíblico y terminó apelando a la «multiplicación de los votos». Iba a terminar diciendo que me pareció decepcionante, pero acabo de oír a Pablo Iglesias y me ha robado el adjetivo. Lo dejaré en «insustancial», que es más elegante.