Crónica de un cansancio

En esta Cataluña parapolítica, cada día se deviene en una improvisada Diada

Los líderes de Cs, Alberti Rivera e Inés Arrimadas, celebran la Diada sin tintes secesionistas bajo el lema «El amor es más fuerte que el odio» EFE
Sergi Doria

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Hace cuarenta y un años, la Diada fue realmente de todos . Corría 1977, celebración del retorno de Tarradellas y la recuperada Generalitat con un gobierno de todas las fuerzas políticas. Aquella transversalidad alegre solo sería comparable a las victorias del Barça y la inauguración de los Juegos Olímpicos que el pujolismo detestaba.

Cuando el 92, ya hacía tiempo que el nacionalismo había acaparado y solidificado las falsedades históricas del «Onze de Setembre». A ello contribuyó en gran medida el complejo de inferioridad «catalanista» de una izquierda que, desde su hegemonía cultural, no se atrevió a contradecir el relato oficial que avalaba el victimismo patológico nacionalista.

Ayer, a primera hora, nos desayunamos con los balbuceos del consejero Buch: afirmaba que la Diada conmemoraba cuando «el Estado Español invadió Cataluña en 1714 ». Respondía así a Carlos Herrera en la COPE y este daba por concluida la entrevista para no romper en carcajadas. Sostenía también Buch que no es lo mismo poner lazos que quitarlos, pero no decía nada de cuando él se vanagloriaba, como alcalde de Premià, de quitar la bandera española en vísperas del 12 de Octubre.

Hoy la Diada es la conmemoración del secesionismo y el estadio del Barça -desde la presidencia de Laporta- un océano de esteladas y griterío en el minuto 17 con 14 segundos: se acabaron los tiempos en que Núñez preservó al club de la «influenza» pujolista. En este sexenio del «procés», la Diada se ha hecho inhabitable ; tanto, que muchos catalanes prefieren que les pille fuera de Cataluña.

Un largometraje de Scola

Nos recuerda « Una jornada particular » (1977), aquella película de Ettore Scola que transcurre el 6 de mayo de 1938, cuando Mussolini preparó a su aliado Hitler un recibimiento romano e imperial. Sophia Loren es Antonietta, un ama de casa esclavizada por seis hijos gritones y un marido calavera; en total, siete camisas negras para lavar y planchar.

Marcello Mastroianni es Gabriele, un locutor despedido de la radio estatal por su homosexualidad y su nulo entusiasmo hacia el Duce. Dos seres aislados que conversan e intiman en el inmueble vacío; les rodea el estentóreo rumor del triunfalismo radiofónico, sus arengas y sus desfiles. Y también la portera, adicta al Régimen, con el ojo puesto en la mirilla.

Muchos de esos catalanes que prefieren que la Diada no les pille cerca podrían identificarse con Antonietta y Gabriele. Aislados de la Cataluña oficial del separatismo, conocen un exilio interior que se soporta bien en Barcelona, pero agobia en las pequeñas localidades y en los ambientes de una administración autonómica con cargos de designación política. Un ejemplo reciente de ese «totalitarismo ambiental» es Vic : toque de somatén carlistón y el altavoz con la cavernosa voz del actor Lluís Soler llamando a culminar, como un cura «trabucaire», la sacrosanta República Catalana.

En los lares del dogmatismo , algunos padres y madres se parecen al marido de Antonietta: siguen la conseja de Eduard Pujol -«imagínate que eres hijo de un preso político »; sus retoños irán hoy a la escuela convenientemente adoctrinados desde casa. Otros se identifican con Gabriele, el hombre que prefiere leer «Los tres mosqueteros» y bailar una rumba con Antonietta que salir a corear consignas similares a «las calles siempre serán nuestras». Preparan los libros de texto de sus retoños y se conjuran para que mañana no les hagan escribir un comentario sobre la Diada.

Son los catalanes que «hacen» su vida; es la ardua tarea de pensar -y equivocarse- por cuenta propia; ayer no contestaron según qué wasaps grupales con memes de memos . Entre estos, uno muy chusco: una empresa -murciana para más inri- vendía una imitación de la camiseta de la ANC: «No lleva ribete en las mangas y cuello, la vía a la cima es roja, la cima negra y el banderín blanco con un punto redondo. Quien la lleve puede ser un piolín», advertía con escándalo el memo de turno.

Los catalanes que ayer evitaron la Diagonal okupada -era día de Operación Retorno en Barcelona- conllevan las diadas como una enfermedad crónica: en esta Cataluña parapolítica de la ANC y los CDR, con un gobierno que cierra el Parlament hasta octubre, cada día deviene en improvisada Diada .

Y tantos días repetidos componen la c rónica de un cansancio . La salud mental aconsejaba obviar la programación de TV3 consagrada -es pertinente el verbo teológico- a esta Diada del 47 por ciento de los catalanes. A las 11.30, «Els Matins (Las Mañanas) de la Diada»; 13.55, «Telenotícies» monográfico; 16.10, programa especial... de la Diada; 18.30, directo de la manifestación independentista (toda la tarde). 21, «Telenotícies» noche (¿adivinan sobre qué?); 22.30, «Històries del Palau» (no es precisa la traducción). Un amigo -de los que no se dejan «enredar»- nos envió un pasaje de Josep Pla escrito el 11 de septiembre de 1918. Ni rastro de Diada. Solo otoño, lúcido y fecundo. Nada que ver con el Ampurdán de 2018: árboles manoseados con lazos amarillos. A las 20.45, unos contaban manifestantes y otros veíamos el España-Croacia.

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