Juan Fernández-Miranda

La corrupción todavía estaba ahí

JUAN FERNÁNDEZ-MIRANDA

Coches de lujo, fajos de billetes, grabaciones in fraganti, el top cinco de los delitos de corrupción y toda la ostentación posible. Y una cosa más: esa insoportable sensación de impunidad que durante años han transmitido quienes han tratado de forrarse a costa del erario público, alimañas del sistema.

La trama desvelada ayer en torno al PP valenciano nos arroja directamente a los años más chabacanos del gilismo y de la cultura del pelotazo. ¿Es que no hemos aprendido nada? Ante semejante espectáculo de corrupción dan ganas de recurrir a las vísceras, y no a la razón, a la hora de introducir el voto en la urna. Sin duda son esas bajas pasiones las que convenientemente agitadas han alimentado al populismo hasta sentarlo en el hemiciclo. Contra ellos -los populistas- sólo hay una receta: la ejemplaridad, la transparencia y la austeridad -no confundir con condenar a los políticos al mileurismo-; contra los corruptos, la aplicación implacable de la más estricta legalidad.

Es verdad que el PP suspendió de militancia al político de mayor peso implicado en la trama, Alfonso Rus, hace ya meses, en el mismo momento en que trascendieron las grabaciones en las que se le escuchaba -presuntamente- contando la pasta. Y es verdad que en esta legislatura se han aprobado las más importantes leyes anticorrupción, como lo es también que la mayoría de los políticos del PP son honrados. Pero en política, y más en estos tiempos, no sólo sirve con serlo, sino que conviene parecerlo. Desgraciadamente, la imagen de Rus saliendo de su domicilio camino de comisaría vale más que mil palabras en forma de leyes anticorrupción. Como el colodrillo de Rato. Como el caso Bárcenas.

Y ante esta realidad, dos preguntas. De los 63 escaños que el PP se dejó en las urnas el 20-D, ¿cuántos corresponden a un castigo por la corrupción y cuántos se pueden atribuir al desgaste propio de arreglar el desaguisado económico del Gobierno precedente? Nunca sabremos con precisión cuántos votantes cambiaron su voto por uno u otro motivo, pero parece obvio que ésos fueron las dos principales causas -aunque no las únicas- por las que PP perdió el 34 por ciento de sus escaños. Se dice pronto. El que sí lo tiene claro es el presidente del PP, y así lo avanzó el 6 de octubre durante su participación en el Foro ABC: «Los casos de corrupción han castigado al PP más que la gestión de la crisis». Afirmación presidencial que nos lleva al segundo interrogante: con la última operación anticorrupción en la retina y ante la posibilidad de que los españoles volvamos a ser convocados a las urnas, ¿el PP ha pagado ya sus penas o el castigo por los casos de corrupción puede ir a más?

Los partidos políticos tienden a hacernos creer que la celebración de elecciones tiene un efecto vaporizador sobre los errores del pasado. Así, una victoria en las urnas es como un tupido velo, un pelillos a la mar, un si te he visto no me acuerdo. Algo así como si el ciudadano que se decanta por unas siglas estuviera avalando con su voto todas y cada una de las decisiones adoptada por ese partido en los últimos cuatro años. Las buenas y las malas.

Encauzada la crisis económica, la corrupción ha sido la peor pesadilla de todos los dirigentes honrados del PP. Desafotunadamente para todos ellos, tras las elecciones continúa el goteo: el caso de Acuamed, la imputación por la destrucción de los ordenadores y, ahora, un nuevo escándalo en Valencia. Parafraseando a Augusto Monterroso, cuando tras las elecciones, el PP despertó, la corrupción todavía estaba ahí.

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