Salvador Sostres

La corrupción no es el problema

Tanto Convergència como el PP se han visto sacudidos por la corrupción, pero mientras el primero está hundido el sesgundo es aún el primer partido de España y está al frente del Gobierno

Salvador Sostres

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La misma corrupción que ha hundido a la familia Pujol y a Convergència y ha dejado el proceso independentista tocado de muerte ha afectado al Partido Popular pero continúa siendo el primer partido de España y Mariano Rajoy el presidente del Gobierno.

Ni el problema es la corrupción ni la solución es la honradez. Lo que ha hundido a Convergència es que se ha movido del centro ordenado en el que estaba cómoda e inteligentemente instalada y ha dejado de empatar con el conservadurismo de fondo de la sociedad catalana, ese conservadurismo pragmático y preidelógico que tiene que ver con la seguridad, la estabilidad, la prosperidad y todo aquello por lo que inventamos la propiedad privada, que es el eje fundamental de nuestra convivencia y de nuestro sistema de libertades.

Convergència, por querer primero parecerse a Esquerra y por querer luego agradar a la CUP, se fue automarginando al rincón de los extremistas solitarios. Si la CiU de Pujol y Duran i Lleida ocupaba la centralidad segura de la política catalana, tenía vocación mayoritaria y podía llegar a acuerdos puntuales o de gobernabilidad con cualquier otra formación, la Convergència escindida de Artur Mas y el engendro refundado del PDeCAT agoniza en la marginalidad, sin credibilidad entre los independentistas, que prefieren a Junqueras, y absolutamente desacreditado como partido alfa, como el «partido de los propietarios» que es el que vertebra cualquier sociedad avanzada.

Los errores de Artur Mas dejaron a su partido en la intemperie y eso fue lo que verdaderamente destrozó uno de los proyectos políticos españoles más sólidos y estables desde la restauración democrática. El vendaval de los Pujol solo ha sido el castillo de fuegos que certifica el fin de una era.

A fin de cuentas, los casos de corrupción han acompañado a CiU casi desde su fundación. Pero si en 1894, con el caso Banca Catalana, un partido fuerte y mayoritario y un Govern sólido, competente, respetado, querido y temido por los catalanes y por el Estado pudo intimidar -y comprar- a los jueces que tenían que decidir si imputaban al president; hoy cualquier amante despechada –Victoria Álvarez– se atreve con lo que antes fue sagrado y los votantes convergentes de toda la vida, al sentirse desamparados, han dejado de respetar y de temer a la que fue durante 30 años su única referencia política, moral y cívica y se ha cebado con ella como hace siempre la turba cuando muestras el menor indicio de flaqueza.

Si la impunidad con que la familia Pujol podía hacer sus negocios respondía a un pacto con el Estado para que el patriarca contuviera el independentismo, ¿qué pacto podría interesarle ahora al Estado con unos necios que en su alocada carrera por independizarse de España lo único que han conseguido es independizarse de sus votantes?

Mientras CiU estuvo donde tenía que estar tuvo el poder, las herramientas y el miedo que inspiraba para protegerse; el afecto de un pueblo que le reconocía su labor y que lo malo se lo perdonaba y hasta los votos de quienes confiaban en ella para proteger su bienestar y aunque fuera tapándose la nariz o desde la discrepancia en muchos ámbitos, como el nacionalista.

Partido alfa

El drama de Convergència no ha sido la corrupción sino no haber entendido a los catalanes, haber abandonado a sus votantes y haberse causado ella misma una herida tan exagerada que sus enemigos no han tenido que ser ni crueles para despellejarla y hacer albóndigas con su casquería.

En cambio el PP, con Mariano Rajoy al frente, ha sido capaz de sobrevivir a la mezcla letal de una terrible crisis económica sin precedentes y del afloramiento de no pocos casos de corrupción que afectaban al partido y a su líder directamente. El PP continúa siendo el partido alfa de España y está cohesionado. Y Rajoy, aunque sin mayoría absoluta, permanece en La Moncloa, justo lo contrario de lo que le ha sucedido a Pujol, a sus heredero y a su partido.

El carácter conservador del presidente del Gobierno, que muchos asocian con la vagancia o el pasotismo, le ha ayudado a no tomar decisiones precipitadas ni equivocadas, y a continuar empatando con el conservadurismo de fondo de los españoles que tienen algo que perder, que por suerte son y somos la mayoría. También le ha ayudado que no haya querido dar tantas lecciones de patriotismo como Pujol y Mas.

La derecha –como la Iglesia– resiste mucho mejor cuando no se mueve, y Rajoy no ha cedido ni a la propaganda de la izquierda ni a la histeria de los tertulianos y ha avanzado a su ritmo político sin dejarse amedrentar por gurús, agoreros o niñatos que confundieron la política con un concurso de belleza.

En su estilo indefinible, ha construido una épica de su falta de épica y de su poca gracia con los medios. Con todo ello ha logrado que en tiempos de populismos y zozobra los españoles le hayan continuado confiando la protección de su bienestar y de sus intereses.

La corrupción le ha perjudicado pero el problema nunca es la corrupción y la solución siempre es la política y por eso y pese a todo ha ganado; y si se ve obligado a anticipar las elecciones, las volverá a ganar.

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