Salvador Sostres
Tal como fueron
«Hay una Cataluña que siempre ha mirado con envidia al País Vasco y ha sido comprensiva con la dinámica terrorista»
La presidenta del parlamento de Cataluña recibió ayer a Otegui con la excusa de la paz, pero ella le empezó a admirar por la muerte. Otegui, y en general ETA y sus mariachis, han formado parte siempre del sistema de fascinaciones de Esquerra, que de un modo u otro, es y ha sido el partido de Forcadell durante toda su carrera política.
Por muchas condenas públicas -e hipócritas- que Forcadell haya hecho de la violencia de ETA, es de las que piensa que fue sólo una de las violencias que operó en Euskadi. Es como Carod, que también usó el diálogo y la paz como excusas fraudulentas para ir de incógnito a Perpiñán, cuando lo que en realidad quería era un autógrafo de ETA.
Hay una Cataluña que siempre ha mirado con envidia al País Vasco, y que a pesar de que condenaba la violencia porque no se atrevía a ejercerla, ha sido normalmente comprensiva con la dinámica terrorista y le gustaba decir que la culpa la tenía Aznar, que no negociaba porque los muertos le hacían ganar votos. «Ustedes que pueden, dialoguen», sentenció Gemma Nierga en la manifestación por el asesinato de Ernest Lluch, y que acabó convirtiéndose en un clamor contra el PP, en uno de los mayores escarnios de nuestra democracia.
Al exlíder de la CUP, David Fernández, pese a no tener carné de conducir, se le conoce en sus propios ambientes radicalizados como «el chófer de ETA», por ser quien le lleva la agenda a Otegi cuando visita Cataluña. Ayer su compañera de partido, Anna Gabriel, fue su anfitriona en el Parlament, degradando un poco más, si es que todavía cabe, la política catalana. No es menor el detalle de que la CUP considere sus referentes, entre otros criminales, a Otegui y al régimen venezolanfo de Maduro/Chávez; como tampoco lo es que Mas, en su irresponsabilidad infinita, sucumbiera ante tan truculenta formación.
En esta misma línea, moral y política, Carme Forcadell recibió ayer al ídolo de su sórdido álbum de fotos, al chico duro del póster de su habitación juvenil, al que encarnó todo en lo que ella creyó, y al que ha configurado su no demasiado distinto -aunque sí más taimado- modo de pensar de hoy. Otegui es el Bob Dylan de Esquerra y de lo que hay todavía más a la izquierda del independentismo. En el fondo le consideran un perdedor reblandecido por el tiempo, y aunque todavía le respetan, el amor surgió por sus canciones primeras.
No le recibieron por la paz, ni por el diálogo, ni siquiera por la carraca buenista con que el submundo etarra quiere disfrazarse de oveja. Le recibieron por la emoción de poder saludar a su viejo héroe y dejarse llevar, ni que sólo fuera una tarde, por la nostalgia del tal como fueron.