Salvador Sostres

Cataluña tribu a tribu

El sector más resentido de la CUP ha tratado de engañar al más independentista

Lo que nunca fue una guerra entre Cataluña y España, sino una disputa por la hegemonía del catalanismo, se ha convertido ahora en una batalla tribal entre facciones de la CUP. Que los anticapitalistas hayan exigido que se graben las reuniones entre Junts pel Sí y sus propios negociadores viene motivado por la traición con que el sector más resentido del partido ha tratado de engañar al sector más independentista, al objeto de intentar dinamitar cualquier principio de acuerdo para acabar apoyando la investidura de Artur Mas.

Si el anterior líder de la CUP, David Fernández, acabó con el tiempo harto del sectarismo del núcleo duro de su partido, Antonio Baños, no ha tardado ni dos meses en desesperarse, viendo que su partido -en una metáfora que no es suya, sino mía- no pierde, como los palestinos, ninguna oportunidad de perder una oportunidad.

Baños y Fernández son partidarios de investir a Mas primero porque la proximidad con el poder les ha vuelto cariñosos con el poder, y segundo para evitar que el proceso secesionista salte por los aires. Pero se encuentran atrapados en esta madeja de rebeldes sin causa que es la mayor parte de la CUP, con demasiada adolescencia mal curada, con más prejuicios que ideas, con más odio antiburgués que verdadera vocación de construir algo valioso y nuevo, y sin ninguna concepción clara de lo que es el poder ni de cómo se administra.

El domingo pasado, David Fernández cerró la asamblea de la CUP en Manresa con un exaltado discurso en el que exigió muy directamente a Convergència que aceptara el plan de choque social que los antisistema proponían. De regreso a Barcelona recibió la llamada de Mas, preguntándole a qué venían sus reclamaciones si ya él personalmente había aceptado todas las medidas que el sector más comunista le había impuesto. Fernández, descolocado, hizo sus llamadas y se dio cuenta de que Anna Gabriel y sus anarquistas muchachos le habían ocultado el acuerdo al que efectivamente habían llegado con los convergentes, temerosos de que sus bases lo consideraran suficiente para votar la investidura de su bestia negra.

Anna Gabriel presentó a Convergència un plan de inasumibles medidas que para su sorpresa -y la de muchos convergentes- Mas mandó aceptar totalmente para asegurarse su único objetivo, que es asegurarse la presidencia. Desconcertada por tanta diligencia, decidió no hacer público el pacto porque ella y su sector -de tradición anarcoincendiaria- están más interesados en la destrucción del sistema y en el caos que en la supuesta y en cualquier caso muy remota independencia.

Precisamente quien más presume de asamblearista y de colectivista, y quien más democracia y transparencia exige a los demás partidos es quien, ante las primeras dificultades, engaña a sus bases, de las que tanto presume, pretende saltarse el más elemental principio asambleario y usa la ocultación y la mentira para oscurecer cualquier transparencia y salirse con la suya.

En la endemoniada locura de un proceso tan surrealista como el presente, Anna Gabriel y Quico Homs, candidato al Congreso por Convergència -bajo su nueva marca, Democràcia i Llibertat- son aliados en la misma estrategia de oscurantismo y de intentar por todos los medios que haya elecciones anticipadas.

Quico Homs quiere aparecer ahora, dentro del soberanismo, como un hombre moderado y dialogante, no sólo para retener al votante más conservador de lo que una vez fue CDC, sino para preparar su candidatura a la sucesión de Mas, en el partido y en la Generalitat. Lo que menos le interesa es que estrambóticos pactos con la extrema izquierda enturbien sus ya de por sí complicadísimos esfuerzos por centrar su campaña. En cambio, unas nuevas elecciones, en que según sus encuestas internas la CUP retrocedería y Convergència tendría opciones de quedar en primera posición, podrían dejarle un panorama más favorable que el envenenado lío actual.

Anna Gabriel es y representa la esencia de la CUP, un partido entre comunista y anarquista que se siente mucho más cómodo en la dialéctica de la barricada, y en el estallido del caos, que en la compleja gestión de lo posible para llevar a cabo su promesa de mundo mejor. Por lo tanto, la no investidura de Mas, la fragilidad política e institucional, y el follón que sin duda se organizaría son una tentación demasiado salvaje para resistirse a ella, aunque sea al precio de que su partido pierda diputados si se repiten las elecciones.

De todos modos, Mas está más cerca de volver a ser presidente que en cualquier otro momento desde el 27 de septiembre. A la espera de que la CUP resuelva su batalla tribal, entre antiburgueses y antiespañoles, y que parece que finalmente van a ganarla los segundos, Convergència, después de dos meses suplicando la investidura de su presidente, ha llegado a un punto, y a unas encuestas, y a una agenda propia que Quico Homs y los demás candidatos a suceder a Mas tienen, en que paradójicamente preferiría acudir a los nuevos comicios de marzo que sucumbir a las irracionales demandas de la CUP, que tanto están acercando a Mas a la presidencia y tanto alejan a Convergència, o lo que de ella quede, de la centralidad política con vocación de mayorías.

Mientras las distintas tribus comunistas, anarquistas, independentistas y oportunistas se devoran ferozmente entre ellas, España contempla el espectáculo a lo lejos, entre el tedio que tanta carnicería repetida acaba produciendo y una cierta decepción porque, después de tantos desafíos, tantas provocaciones y tanta apelación a la épica de los pueblos que quieren ser libres, no llegue nunca su hora de poder debutar en tan entrañable partido.

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