Salvador Sostres - Crónicas del abismo
Cataluña, entre la fractura y la espuma
Entre los catalanes que también se sienten españoles o que no desean ningún conflicto con el Estado, dominaba ayer el sentimiento de que el Gobierno les había fallado permitiendo la apertura de los colegios electorales

El Gobierno tuvo el domingo la razón, la Ley y la fuerza. Pero el independentismo tuvo la calle y el relato. Los independentistas más inteligentes y menos sentimentales diseñaron una jornada que les salió exactamente como buscaban y lograron aparecer como víctimas en las portadas de la prensa internacional. Estaba calculado antes de empezar que Puigdemont pediría la mediación internacional. También en las calles de Barcelona cundió la sensación que se pretendía. Ayer por la mañana se comentaba con impostado estupor lo sucedido el domingo y los que tanto aplaudieron a los Mossos y a la Policía Nacional cuando no hace tantos años desalojaron a toda clase de ocupas e indignados de las plazas, llamaban «monstruos» a la Guardia Civil con una cursilería tan ridícula como instalada en el mainstream de la catalanidad.
Cada sociedad tiene una parte naif, espumosa, intelectualmente desdeñable pero cuantitativamente significativa que suele decantar las mayorías. Esta espuma de catalanes, no necesariamente independentista, no es que estuviera ayer indignada por lo ocurrido el domingo, sino que se sentía orgullosa de formar parte de la indignación colectiva contra lo sucedido. Porteros, secretarias, maestros, oficinistas, comisionistas, pijos de pueblo y taxistas que nunca hablan de política se sentían partícipes de una especie de dignidad colectiva poniendo el grito en el cielo por las cargas de la autoridad. Vi a algunos –los más ricos, los más cínicos– en Via Veneto, usando unos argumentos y un vocabulario más propios de los proveedores de la casa que de sus clientes.
Como suele suceder en Cataluña, ha triunfado el sentimiento que más superiores moralmente nos permite sentirnos y que ha sido asumir que somos víctimas de algo que por otra parte hemos visto mil veces y que siempre nos ha parecido admirable hasta que los malhechores hemos sido nosotros.
Hay una fractura de fondo y otra en la espuma. De lo profundamente roto es difícil imaginar de qué modo se regresa ni que sólo sea a una cierta conllevancia; y sobre la fractura que flota en la espuma lo normal sería esperar a que la espuma cambiara de moda, que cambiará, pero en estos tiempos tan inciertos en que las cosas no son como son, sino como parecen que son, bien podría ser que la espuma subiera con lo que va a suceder en los próximos días y se lo llevara todo por delante.
Es probable que el unionismo siga siendo mayoritario en Cataluña, pero España calla en los bares y en las calles, mitad acomplejada porque las escenas del domingo tampoco fueron sus preferidas, por mucho que entiendan que fue justa y necesaria la intervención de la policía, y mitad temerosa de lo que pueda pasarle ante un independentismo envalentonado por las imágenes de anteayer –digo imágenes porque las heridas reales fueron tan leves que el lunes por la mañana sólo quedaba un hospitalizado que ni siquiera fue por causa de ninguna acción policial, sino de un infarto– y por algunas intimadaciones que si bien no pueden considerarse todavía violencia, sí que son el caldo de cultivo que las justifica.
Entre los catalanes que también se sienten españoles o que no desean ningún conflicto con el Estado, dominaba ayer el sentimiento de abandono, de desánimo, de que el Gobierno les había fallado permitiendo la apertura de los colegios electorales y llegando tarde y mal a intentar cerrarlos.
Resume el sentir general de los catalanes que los independentistas se sienten muy orgullosos de su Govern y que los constitucionalistas ya no saben muy bien qué esperar del Estado.