El bucle del agravio
La sociedad se ha acostumbrado a tomar el Parlament como si fuera la última prueba de una gincana
Estos días de agitación callejera son más una continuación del «procés» que un punto de inflexión. Cataluña continúa instalada en el bucle del agravio, a la espera de una solución mágica, en la frivolidad extrema de pretender una libertad ajena a cualquier responsabilidad. Como en la erupción de una adolescencia violenta, insegura y con granos, más de dos millones de catalanes entienden que algo salió mal pero se niegan a aceptar su fracaso.
El «procés» continúa banalizándolo todo en su trituradora de agitación y propaganda . La presunta huelga de hambre que ayer iniciaron Jordi Turull y Jordi Sánchez en Lledoners es para quince días. ¡Quince días! Esto no es una huelga, es una dieta. Yo hice un ayuno de dos semanas en la clínica Buchinger de Marbella y no sólo no me quejé de nada sino que me cobraron 3.000 euros. La enfermera Antonia, fräulein Antonia, venía a mi habitación sobre las cuatro de la tarde y me aplicaba un interminable edema para asegurarse de que no quedaban restos de comida en mi organismo.
¿Contra quién es la huelga de estos días? Contra la Generalitat, contra España, contra el mundo . Contra fräulein Antonia y sus lavativas. Barcelona sigue siendo una de las ciudades donde mejor se vive del mundo, por eso las protestas duran hasta la hora del aperitivo y los que declaran la independencia la primera medida que toman es irse de fin de semana. Los médicos se quejan de que tienen poco tiempo para atender a sus pacientes pero no dicen que por un resfriado o por un dolor de cabeza no hace falta ir al médico. La gente se queja de los impuestos y luego quiere cada vez más servicios públicos y tener que esperar menos. Es la libertad sin responsabilidad, sin la responsabilidad de entender que tanto la sanidad como la enseñanza sólo podrán funcionar con algún grado de concertación.
¿Gestiona mal, la Generalitat? Es más exacto decirlo al modo Xosé Manuel, profesor auxiliar en los Jesuitas, gallego y que lleva 20 años viviendo en Barcelona. «Yo a Pujol le respetaba, aunque nunca he sido nacionalista. Pero siempre tuve la sensación de que trabajaba para mí. Estos llevan desde 2012 sin gobernar. No es que lo hagan mal, sino que simplemente no hacen su trabajo». Lo mismo sucede en Barcelona: Ada Colau es una calamidad y Convergència, en lugar de buscar un candidato sólido, que conozca la ciudad y que sepa cómo volverla a poner en la senda adecuada, deja que Puigdemont juegue a poner un candidato simbólico, aunque no tenga la menor idea de los grandes asuntos barceloneses , y sólo busque mantener viva su llama en el destierro. Periodistas, cómicos y presidiaros han sido algunos de los tentados.
¿Contra quién son estas protestas? La Generalitat tiene transferidas todas las competencias en Sanidad y Educación, y desde hace un año sabemos todos que «els bombers seran sempre vostres». Con estas mangueras, quién grita fuego. Es cierto que voces habitualmente claudicantes con el procesismo, cuando no sus agitadores, como Pilar Rahola o Francesc Marc Álvaro, ambos columnistas de La Vanguardia, han esbozado alguna crítica al Govern. Rahola ha dicho echar de menos «una voz presidencial que dé una respuesta sólida y clara a una situación tan delicada». Álvaro ha escrito que con tanta república invisible algunos se han olvidado de que tienen una autonomía que gestionar.
Pero son leves y escasas gotas en un mar de fondo que sigue siendo el del victimismo y el de culpar de todo a España. Los más resentidos se quejan de los recortes como si todavía gobernara Artur Mas con el apoyo externo de Alicia Sánchez-Camacho. «Those were the days». Los más «indepes» tiran de recetario: estas son las consecuencias del 155 y en cualquier caso, España nos roba.
Y otra vez vuelta empezar en una sociedad que se ha acostumbrado a quejarse por todo , a intentar tomar el Parlament como si fuera la última prueba de una gincana. Sería más hermoso si tales «happenings» tuvieran algún contenido político, ni que sólo fuera simbólico, pero es puro folclore, el folclore al que se ha acostumbrado un pueblo que se ha quedado sin ideas, que no quiere reconocer lo que se ha equivocado, ni que pese a todo sigue viviendo muy bien, ni que no está dispuesto a pagar el precio como el año pasado quedó demostrado, y por eso las manifestaciones tienen mucho de adolescente que no soporta a su padre pero tanto fulgor callejero se acaba a la hora de cenar y están llenos los restaurantes.
Todo decae, todo se degrada, agotadora conversación sobre el mismo tema, la vieja ensoñación se resiste a morir y dos millones de catalanes, con más orgullo que dignidad, están tan persuadidos de que lo que hoy tienen siempre lo tendrán, que en lugar de protegerlo, cuidarlo y hacerlo crecer, se dedican a destriparlo en nombre de no se sabe exactamente qué, ni ellos lo saben, y que llevan seis años diciendo que está a la vuelta de la esquina y nunca acaba de llegar.
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