Luis Herrero - Pincho de tortilla y caña
La batalla insólita
Después de Murcia vendrá el escenario nacional, la lucha a campo abierto entre PP y Ciudadanos
Una batalla librada a destiempo es siempre un misterio: ¿proviene de un error de cálculo o de una sofisticada maniobra maquiavélica? A los estrategas, también a los murcianos, se les suponen luces suficientes para no cometer errores elementales. Y, sin embargo, la jota de picadillo que se ha montado en torno al futuro político de Pedro Antonio Sánchez lo parece. ¿Lo es en realidad? ¿Estamos ante el fruto de un simple calentón o ante la malvada genialidad de prominentes cabezas de huevo? ¿Se trata de una sobreactuación de Ciudadanos para colocarle al PP la etiqueta de mal pagador que incumple lo que firma? ¿Es una treta del PP para echar a Ciudadanos en brazos de la izquierda? ¿Anuncia una grieta de mayor calado en la relación que vincula al partido gobernante con su socio preferente? ¿Son disparos de advertencia con balas de fogueo? ¿Duelos a primera sangre? ¿Enfrentamientos a muerte? ¿Hay que tomárselo en serio o es una simple estupidez extemporánea?
De momento, una cosa está más clara que agua: ambos pierden más de lo que ganan. El PP se revalida como partido machihembrado al poder que sacrifica su palabra con tal de seguir bajo palio al grito de mejor la incoherencia que la intemperie, y Ciudadanos exhibe un arsenal de varas de medir de distinto tamaño, destiñe las líneas rojas que le alejaban de Podemos y descentra la baliza de su localizador ideológico. Y todo eso por una batalla que, el próximo lunes, al margen de lo que hagan o digan, ya tendrá un vencedor y un vencido. Si el juez sobresee la causa contra Pedro Antonio Sánchez tras oír su declaración, Ciudadanos se habrá quedado sin balas en el revólver y tendrá que enfundar la moción de censura con cara de bochorno. De lo contrario, al PP se le caerá del argumentario esa exquisitez hermenéutica de que aún no había una imputación formal que les obligara a cumplir con lo pactado y no tendrá más remedio que obrar en consecuencia.
La alternativa es quedarse con el culo al aire. Si Ciudadanos se empeñara en mantener su petición dimisionaria en caso de sobreseimiento estará claro que no buscaba hacerse respetar, sino más bien faltar al respeto. Y si el PP mantuviera a Sánchez en caso de que la investigación judicial siga adelante, se retratará como el farsante sin honor que come lentejas a la fuerza y las devuelve cuando más le conviene. Por eso es tan llamativo que no hayan aguardado a partirse la cara hasta saber lo que pasa el lunes. La impaciencia señala a Rivera como socio a la fuerza de unos acuerdos, los que le llevaron a votar la investidura de los candidatos del PP, que en realidad no le inspiran ninguna confianza. De Rajoy no se fía en absoluto. Salta a la vista que está deseando que se desdiga de lo que firmó para poder justificar ante la opinión pública la ruptura de las ataduras que le impiden entrar en confrontación con él.
Después de Murcia vendrá el escenario nacional, la lucha a campo abierto. La secuencia está clara. Ciudadanos ya puede decir que ha cumplido su parte del trato: el voto afirmativo en la investidura de julio y la puesta en marcha, antes del 28 de febrero, de los seis puntos del programa de regeneración democrática: expulsión de los imputados, aforamientos, limitación de mandatos, ley electoral, indultos y comisión de investigación sobre las magancias de Bárcenas. La pelota está ahora en el tejado del PP. Y, por lo que parece, ahí se quedará durante largo tiempo porque ha quedado meridianamente claro que no tiene ninguna intención de jugar el partido. Lo previsible es que ahora vayamos de excusa en excusa hasta el desistimiento final y que el relato del divorcio se nutra de las peleas que sobrevengan de ese tira y afloja.
Conclusión: el Gobierno se refugia en la angosta trinchera de los 137 escaños, a la espera de ver si al PSOE que salga del Congreso de junio le interesa darle hilo a la cometa de la legislatura, y Ciudadanos se lanza a la aventura de hacerse mayor peleando por libre. Pincho de tortilla y caña a que, en estas circunstancias, tenemos elecciones antes de un año.