La Barcelona de Valls
Valls está más cerca del espíritu del 92 que sus opositores. La Barcelona que aspira a seguir abierta le aguarda.
Un político alejado de las camarillas partidarias: aliento europeo para resucitar la Barcelona cosmopolita. Dicen que cuando Manuel Valls siguió por televisión el golpe independentista, se le saltaron las lágrimas.
Su candidatura alborota al nacionalismo. En Esquerra, Xavier Bosch deja su puesto a Ernest Maragall, 75 años: cincuenta de ellos en la burocracia municipal y un independentismo sobrevenido. En Junts per Catalunya -o la Crida, o lo que queda del PDECat- aguardan Ferran Mascarell y una Neus Munté que se conformaría con una concejalía.
Valls les complica la vida en la madre de todas las elecciones. Si invoca la autoridad contra el delito y la inflexibilidad frente a la apropiación separatista del espacio público, no le podrán tachar de neofranquista. Su presencia conjura el peligro de que la utopía ruralista del pujolismo sea realidad: Barcelona aspirará a co-capital de España, se reafirmará como plaza cultural hispanoamericana y arbitrará un futuro europeo que no es nacional ni regional, sino metropolitano. Los populismos -el discurso común-podemita de Colau y el independentismo-, se van a topar con un adversario con sólidas ideas-fuerza. La principal de ellas, expresada con claridad meridiana. Barcelona nunca será la capital de una República imaginaria: «Barcelona no es eso, ni le interesa serlo». Punto.
«Grandes catalanes»
Para quienes tachan a Valls de ignaro en asuntos barceloneses sirva la aguda observación de Sergi Pàmies. Al «¿qué sabrá Valls de Nou Barris?», el articulista añade: ¿Y qué saben los otros de Nou Barris? La frase lapidaria -«¡qué sabrá ese de Barcelona!»- la oiremos más de una vez, regurgitada con rabia por sus antagonistas. La reacción de Quim Torra es un síntoma del nerviosismo independentista. Después de recordar que el abuelo y el padre de Valls fueron «grandes catalanes» -de lo que se infiere que el candidato ha roto esa tradición- le deseó el mayor de los desastres electorales con el ninguneo supremacista marca de la casa: «Veremos si aparte de las baldosas de Barcelona conoce alguna cosa más del país».
Si Torra, y los acólitos que mascarán memeces parecidas, leyeran algo más que catecismos nacionalistas no opinarían del candidato tan a la ligera. Conviene aclarar que los Valls son originarios de Mont-roig del Camp y se trasladaron en el siglo XVIII a Castellserà, en el Pla de l’Urgell. Que el abuelo paterno de Manuel nació en el número 8 de la barcelonesa plaza de Urquinaona, estudió Filosofía y colaboró en el magazín D’Ací i d’Allà y el diario católico El Matí. Que su padre, el pintor Xavier Valls, respiraba ávidamente el sano aire de Horta por recomendación facultativa: era un niño delgado y enfermizo. Que Xavier se pasó el año 38 yendo a la Modelo a visitar a sus hermanos Magí y Jordi, detenidos por el SIM estalinista por haber intentado huir por la frontera: «Los franquistas avanzaban, y a mi padre le entristecía ver como se deshacía aquella República, atada de manos por la GPU, nombre que se daba, por extensión a la policía política comunista…» recuerda Xavier Valls en sus memorias «La meva capsa de Pandora» («Mi caja de Pandora») (Quaderns Crema).
En consonancia con la mezquindad indígena, el pintor fue más reconocido en París que en su Barcelona natal. Su hijo Manuel nació a las ocho de la tarde del 13 de agosto de 1962 en «La Ferroviaria», una clínica de la calle Campoamor. Dos años después, la familia se instaló en la casa de Horta. Para los Valls, Barcelona eran cálidas tardes estivales; París, luces otoñales: taller con estufa de carbón y vistas a Nôtre-Dame que maceró una pintura tenue y personalísima.
El verano de 1980, Manuel se convirtió en ciudadano francés con 18 años: «Había de tomar aquella decisión, que yo entendí perfectamente, para sus estudios en la universidad y, sobre todo, para sus proyectos políticos. Como alcalde de Évry y diputado por Essonne desde el 16 de junio de 2002, ha sido defensor de una Francia multirracial y multicultural, de lo que él mismo es una muestra en Europa», comentará su padre con orgullo.
El mantra del extranjero
Sirvan estos apuntes para quienes repiten como loros el mantra del Manuel Valls extranjero . Para quienes nada saben de la vida y la obra de su padre, Xavier Valls; ignorantes atrevidos, como la alcaldesa que se jactó de quitar la placa del Almirante Cervera alegando que era un «facha» (murió en 1909, mucho antes de la invención de la palabra fascismo).
La memoria histórica -ese oxímoron- es la suma de las vivencias personales que otros ordenan u ordeñan si conviene al «relato» del oportunismo político. En los meses que vienen habrá una pugna por heredar lo mejor del maragallismo . Si fuera cuestión de apellido, Ernest Maragall tendría las de ganar. Pero Valls está más cerca del espíritu del 92 que el resto de sus oponentes . La Barcelona que aspira a seguir abierta le aguarda.
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